La democracia es el gobierno del pueblo. En él radica el poder y él debe autogobernarse. La soberanía es atributo de los ciudadanos. Esa es la teoría, en lo sustancial.
1.- Imposibilidad de la democracia directa.- Pero la democracia directa es imposible. El asambleísmo permanente y el sistema plebiscitario son inoperantes, ya que supondría que, en todos los temas y en forma constante, sea el pueblo quien decida. En las sociedades de masas, las limitaciones de tal sistema se convierten en dificultades sustanciales: no es posible tener al pueblo reunido debatiendo y votando. Además, el pueblo no sabe o sabe muy poco. Ante semejantes limitaciones, surgió la idea de la democracia representativa.
2.- Democracia representativa.- Democracia representativa es aquella en la que el pueblo elige a mandatarios o representantes para que éstos, investidos de un poder delegado, indirecto y condicional, (i) decidan sobre el sistema normativo que regirá a la comunidad, esa es la tarea del congreso, asamblea o parlamento; y, (ii) para que un delegado de la ciudadanía gobierne, es la tarea del presidente en un régimen presidencial.
3.- Límites de la democracia representativa.-La representación política tiene problemas y limitaciones sustanciales: se reduce a un encargo formal porque los representantes se eligen en función de la imagen personal, de la propaganda y de un discurso puramente electoral. No hay propuestas concretas sobre las que se vote, o ellas cambian una vez elegido el poder, o, lo que es más frecuente, el ‘criterio’ en función del cual se elige consiste en una tesis abierta, emotiva, en una ilusión tan subjetiva, que en ella cabe todo lo que el mandatario electo quiera interpretar.
Un problema del sistema es la “lealtad” de los elegidos frente al criterio de la mayoría de los electores, lealtad que es posible solo cuando el mandatario o legislador electo fue extraordinariamente preciso en su propuesta electoral, lo cual es raro en una democracia dominada por los sondeos, que indican lo que se debe decir o hacer para ganar, no para gobernar. Esa lealtad es imposible si las elecciones tienen sustento en percepciones difusas de la población. En uno y otro caso, la falta de concreción o la emotividad de los populismos permite que el margen de interpretación de los mandatarios respecto del sentido y contenido de la voluntad popular, sea tan amplio que el mandato que reciban será vacío o nada concreto.
Estos problemas en el origen de mandato nos enfrentan a otro hecho complejo: ¿hasta dónde opera la legitimidad del mandato político vacío o puramente afectivo frente a los asuntos concretos de gobierno o legislatura? ¿Admite tal legitimidad que el mandatario, desde el poder, y ya sin ataduras frente al pueblo, sea quien “descodifique” o interprete a su arbitrio lo que él considera como el encargo político? En esa descodificación entrará mucha subjetividad del mandatario, mucho sondeo, bastante ideología y propaganda.
Se trata de un problema esencial de los límites de la representación y de la interpretación de los contenidos de la voluntad del pueblo. Se trata de responder a la siguiente pregunta: ¿es legítimo que el gobierno o sus legisladores interpreten en forma discrecional el mandato que recibieron, y que lo hagan en función de los intereses del poder ya constituido, o en beneficio de una ideología por la cual la gente, en realidad, no votó?
4.- La hipotética democracia participativa.- En el lenguaje político abunda aquello de la “democracia participativa”, entendida como el sistema en el cual el pueblo participaría directamente en la toma de decisiones políticas. De algún modo, el “asambleísmo”, o la “democracia plebiscitaria” están en la línea de esa presunta democracia participativa. Pero, considerando la realidad, se concluye que la ‘participación’ desemboca inevitablemente en un sistema de ‘representación’. La participación no elimina la delegación del ejercicio del poder. El más acentuado asambleísmo o la vocación plebiscitaria no eliminan el mandato político propio de la democracia representativa.
Ya sea que la ‘participación’ consista en asambleas populares, ya en presión directa y tumultuaria, ya en la incidencia de los sondeos, las decisiones las toman los pocos que ostentan el mandato político e “interpretan” el sentido de la voluntad popular.
5.- La democracia real.- En las sociedades de masas, la “democracia real” es un sistema en que: (i) el poder originario está en la mayoría de los electores, no en todo el pueblo; (ii) el poder ‘constituido’ proviene de una mayoría de votantes que suplanta y sustituye al originario, y se ejerce por una minoría de personas: los diputados o asambleístas, (iii) éstos conforman una “mayoría” parlamentaria, que interpreta según la ideología o proyecto del grupo parlamentario dominante, lo que entienden por voluntad popular; y (iv) esas interpretaciones se traducen en actos de poder, sistemas normativos o medidas administrativas.
6.- ¿Oligarquía por representación?.- La democracia real es algo bastante más modesto que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Es el gobierno de una minoría dominante, delegada por una mayoría circunstancial, minoría que ejerce el poder según sus visiones, conceptos o intereses. La pregunta es ¿en qué difiere de la oligarquía la democracia representativa, si en la sociedad de masas lo que existe como agente del poder es una “oligarquía por representación”, que se ejerce la potestad de interpretar las ideas, esperanzas y sentimientos de la población?
Por muy igualitario que sea el discurso, la verdad es que las oligarquías son inevitables.