Olga Imbaquingo

‘Olga respiraba el oficio -recuerda Agustín-. Era muy joven, pero ya llevaba el periodismo en la piel”.

Agustín conoció a Olga Imbaquingo en septiembre de 1994, cuando él ingresó a la sección Sociedad de EL COMERCIO.

Ella cubría Salud y Seguridad Social. Su cargo era de editora, pero le disgustaba el encierro de la Redacción. “Pasaba en la calle, hablando con la gente, visitando los hospitales del IESS, buscando información con usuarios, autoridades y médicos”.

Obsesionada con la excelencia y el rigor, contaba con una gigantesca base de datos de médicos y especialistas. Sus notas tenían color, detalles y descripciones. Pero, al mismo tiempo, estaban contrastadas con al menos ocho fuentes, datos duros, comparaciones...

Eran artículos limpios, bien escritos, hechos con buen gusto y precisión. Usaba la grabadora, pero sus mejores instrumentos eran una notable memoria, la libreta y el esferográfico.

Leía novelas, reportajes, crónicas, periódicos extranjeros. Lo hacía por afición, pero también por aprender técnicas narrativas, nuevas maneras de decir las cosas.

Frontal y sincera cuando editaba, “era una jefa exigente y muy responsable”. Richard la recuerda como una editora ejemplar: salía a reportear dos veces por semana y con sus textos daba cátedra al equipo.

En la sala de Redacción, muchos atesoran su lema: periodismo crítico, responsable, equilibrado y de calidad.

Gabriela era una de las corresponsales más jóvenes del Diario. Apenas tenía cinco días en su trabajo y recibió una llamada desde Quito. Olga le pidió un tema y le dio pistas sobre cómo hacerlo: “Quiero testimonios, cifras, ambientes, estadísticas, descripciones”.

Con esas herramientas, Gabriela salió tras su primer reportaje. Cuando se publicó la nota, en página entera, se curó del espanto. Desde entonces entiende que ser editora es, entre otras cosas, mandar al ruedo al periodista y confiar en él.

Después de sembrar la pasión periodística en decenas de reporteros, Olga se fue del país y EL COMERCIO la nombró corresponsal en Estados Unidos.

Ahora nos anuncia que se va del periodismo. Agustín rememora una reciente carta: “Retirarme es un desafío tan provocador e intimidante como fue venir a EE.UU. con un inglés patojo y una maleta llena de miedos, pero muchas ganas de crecer como ser humano”.

Byron la recuerda con su apariencia frágil, “con un amor inclaudicable por el periodismo y una permanente actitud crítica a toda clase de poder”. Tenía 18 años cuando ingresó al Diario, en 1988. Era sensible con las mujeres, los ancianos y los niños. Viajaba por las comunidades indígenas. Venía conmovida. Y escribía.

Olga, modesta y humilde, es un símbolo del periodismo independiente y libre. A nosotros nos corresponde seguir su huella.

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