Se cumplen 100 años del nacimiento de Octavio Paz, figura capital de la literatura y del pensamiento contemporáneos, y lúcido crítico de las patologías políticas y sociales que generaron la revolución mexicana y el socialismo del siglo XX. Y, yo diría, de las que van naciendo al amparo del socialismo del siglo XXI.
Octavio Paz, en ‘El Ogro Filantrópico’, hizo, allá por 1978, una breve pero certera radiografía de la organización política y de las ideologías que alentaron su crecimiento.
Al igual que Ortega y Gasset, sostuvo que el principal peligro para las libertades, para la intimidad de las personas, para su autonomía y sus proyectos individuales, era el Estado.
Paz dijo que “…el Estado del siglo XX se ha revelado como una fuerza más poderosa que la de los antiguos imperios y como un amo más terrible que los viejos tiranos y déspotas. Un amo sin rostro, desalmado que obra no como un demonio sino como una máquina… una máquina que se reproduce sin cesar.” Fascinados por la política coyuntural, hemos olvidado que lo de fondo es la omnipresencia del “ogro filantrópico”, que crece sin cesar en desmedro de las libertades y de los derechos; ogro implacable que lo domina todo, que invade los mínimos resquicios de la vida personal, que abruma con la propaganda, que otorga y niega permisos, que concede y quita, que decide sobre qué ser, qué pensar, qué decir y qué callar, cómo vivir y en qué creer.
El gran concedente, el tutor, el bedel, ese es el Estado de nuestros días. Es, como decía Octavio Paz, la máquina que crece y se reproduce sin cesar, con la complacencia de unos y la ceguera y complicidad de los demás. Y con el miedo que crece y el silencio que se impone.
El ogro que pintó Octavio Paz es, además, filántropo y, como todo filántropo, es caprichoso, discrecional, porque en las sociedades civiles debilitadas que quedaron como rezago de las ilusiones perdidas, es él quien asigna y quita derechos, quien con infinita generosidad planifica destinos, piensa por nosotros, nos perdona y nos condena, nos sonríe y nos reprende. Es él la tesis, la antítesis y la síntesis .
La política moderna es una suerte de caprichosa filantropía. Y la burocracia es su brazo armado. Y el otro es la ley, que dejó de ser el alero para refugiarse con los precarios derechos que van quedando.
Venezuela y Cuba son ejemplos de hasta dónde puede llegar “el ogro filantrópico”, de cómo sus gestores se quitan las máscaras, de cómo se puede reprimir, de cómo se puede mentir, de cómo se puede arruinar la vida y la economía, y de cómo se puede envenenar a la hermandad, que es tejido que une, y transformarla en guerra, en odio.
Venezuela es testimonio de cómo funciona la máquina. Y de cómo se pueden generar cobardías y silencios.