Hubo un tiempo en que el periodismo era el mejor oficio del mundo, según la frase famosa de Gabriel García Márquez, que ha sido adoptada como divisa por los periodistas ecuatorianos agremiados en la UNP. Era verdad en una época en la cual el periodismo tenía prestigio social, influencia política y cierta independencia económica. Ese tiempo ha pasado. Ahora, según Gustavo Gorriti, al menos en Estados Unidos, es el peor oficio.
El periodismo latinoamericano está moribundo porque, además de la crisis mundial, fue atacado por una plaga regional incubada en Cuba y propagada por Venezuela hasta Argentina, Bolivia, Nicaragua y Ecuador.
Es la plaga doctrinaria según la cual los funcionarios públicos y los ciudadanos comunes tienen el mismo derecho a la libertad de expresión, aunque la práctica internacional y los principios sobre la libertad de expresión de la OEA dicen que “los funcionarios públicos están sujetos a un mayor escrutinio por parte de la sociedad. Las leyes que penalizan la expresión ofensiva dirigida a funcionarios públicos generalmente conocidas como “leyes de desacato” atentan contra la libertad de expresión y el derecho a la información”.
El resultado de esta alteración es que los funcionarios públicos se creen dueños de la verdad y dotados de impunidad; con soberbia de monarcas desprecian a los periodistas y pretenden que escriban lo que a ellos les conviene. Por donde ha pasado la plaga ha ocurrido lo mismo: incautaron medios de comunicación, dictaron leyes punitivas, desplazaron a los mejores periodistas, contrataron mercenarios y hacen todo lo que está prohibido por los acuerdos internacionales.
No se respeta la libertad para difundir informaciones y opiniones, no se permite el acceso a la información en poder de los Estados, se imponen restricciones al libre flujo de informaciones y opiniones. Existe censura previa que se ejerce indirectamente al castigar no solo a los autores de las opiniones sino también a quien las publica. La declaración de principios prohíbe la exigencia de títulos, la imposición de conductas éticas por parte del Estado, la asignación arbitraria y discriminatoria de la publicidad oficial, la expedición de leyes de desacato y condicionamientos previos, tales como veracidad, oportunidad o imparcialidad por parte de los Estados.
En estas condiciones y con organismos de vigilancia y castigo para los periodistas y los medios, es imposible la investigación periodística. Las empresas se vuelven mansas y complacientes, los periodistas temen afectar a los medios y sus colegas. La continua queja oficial, la pretensión de castigar la omisión de contenidos que el gobierno considera de interés ciudadano, las disculpas y aclaraciones obligadas en los medios, sumadas a la campaña persistente de desprestigio, hacen que el periodismo se vaya convirtiendo en el peor oficio del mundo.
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