Al igual que en otras ocasiones, Marco Antonio Rodríguez nos entrega esta vez un nuevo libro en el que discurre acerca de la obra pictórica de artistas contemporáneos del Ecuador. “Oficio de crear” (Quito, 2013) es el título de este magnífico libro, magnífico por su contenido y hermoso por el continente, pues está bellamente editado y en el que, a la par que analiza la trayectoria de once artistas plásticos, trae a sus páginas una selecta reproducción de las obras más representativas de cada uno de ellos. Quienes allí comparecen son Oswaldo Muñoz Mariño, Eudoxia Estrella, Estuardo Maldonado, Oswaldo Viteri, Theo Constante, Carlos Monsalve, José Villarreal, Eduardo Arroyo, Alfonso Endara, Xavier León Borja, Édison Casamín. En síntesis, son tres generaciones de artistas las que acuden a sus páginas y en las que Oswaldo Muñoz Mariño es el más viejo (1923) y Édison Casamín (1983), el más joven.
A través de la obra pictórica de estos once artistas, y quienes cronológicamente copan la mitad del siglo anterior y los comienzos del presente, se puede apreciar el trajinar de buena parte de la pintura ecuatoriana: las convenciones que la tradición impone a cada uno de ellos y las búsquedas o rupturas a las que se atreven. Todo avance en materia estética se resuelve por la originalidad de las nuevas respuestas que un artista logre dar a esos eternos problemas que nos lega la tradición, problemas para los que las generaciones pasadas aportaron soluciones acordes a su tiempo y circunstancia.
En opinión de Arnold Hauser: “La historia del arte constituye un proceso en el cual la aspiración a lo nuevo y personal va ampliando paulatinamente, o a veces rompiendo los límites de las convenciones… El desarrollo rectilíneo en el desenvolvimiento de un estilo está unido a una convencionalización progresiva de las formas, mientras que toda nueva idea estilística significa, en cambio, una interrupción de ese proceso”.
Por lo demás, como producto de la industria gráfica, como libro-objeto, “Oficio de crear” muestra una insuperable calidad en la reproducción a color de pinturas y esculturas, lo que ya, de por sí, brinda una experiencia placentera al ojo del lector. De ahí que libros como este, que aquí comentamos, tienen la particularidad de rebasar esa primera y natural función que todo libro posee, la de ser portador de un mensaje que va más allá de la letra, para ofrecernos otras lecturas sustentadas en la imagen. De ahí que el libro de arte, cuando está editado con la calidad que se requiere, se convierte en ese “museo imaginario” del que hablaba André Malraux, galería de la memoria que en “Oficio de crear” recorremos guiados por la evocadora palabra de su autor, palabra e imagen que despiertan nuestra conciencia en la búsqueda de ese universo de la creación artística.