Los cuentos de Marco Antonio Rodríguez son genuina creación y amargamente ecuatorianos; reeditados, traducidos. Entre ellos descuellan “Historia de un intruso”, “Un delfín y la luna” y “Jaula”. En estilo desnudo desfilan sus personajes confusos y probados por la vida y la muerte, tan nuestros, que son universales. Historia de un intruso tiene la talla, la dura belleza de una novela corta. Al releerla en su negrura, su veracidad y su cruel misericordia, me inquieta el porqué del silencio ficcional del Marco Antonio de hoy, aunque el despliegue de su mirada sobre el arte que es “Oficio de crear” y cuantos libros ha dedicado a la creación plástica, incluye elementos ficticios, pues todo acercamiento a la obra de los demás es aproximación a la invención que cada uno es.
Son doce los libros sobre arte plástica que, con “Oficio de crear”, incluyen la visión de su autor en apasionados ensayos, cada uno sobre uno de los artistas estudiados. Traducen la intimidad de su emoción estética que culmina en la exhibición de la obra a cuya exaltación sus lectores adherimos, o no. Rodríguez explaya su concepción filosófico-poética del arte, pues toda obra dice del oficio -trabajo, dolor, angustia- de la creación, cuyas claves recuperamos con su lectura. Su palabra sobre los secretos creativos; su enfrentamiento con tan antiguo hacer son como un duelo consigo mismo, con sus logros y carencias, con su intimidad no exenta de nostalgia.
Respeto la elección actual de Marco Antonio que inclina su escritura de ficción -honda herida humana el destino de registrar la vida en la palabra- a la exaltación y reconocimiento de aquello que es para él realidad o promesa en pintura y escultura actuales en América. En este libro luminoso, profético tal vez, y discutible, se acerca con amor y admiración a los creadores Muñoz Mariño, Eudoxia Estrella, Estuardo Maldonado, Oswaldo Viteri, Theo Constante, Carlos Monsalve, único pintor no ecuatoriano; José Villarreal, Eduardo Arroyo, Alfonso Endara, Xavier León Borja y el escultor Édison Casamín.… El ser humano artista, siempre en minoría, vive en íntima comunicación con la materia a la cual dota de nuevo destino; en el recogimiento, busca lo permanente. Su preguntar sin tregua expresa conmociones interiores que se trasplantan a la materia informe que las espera y, de alguna manera, las contiene. Nuestra lectura ratifica o rechaza la opinión del apasionado crítico, pero si algo unifica a los artistas a quienes Rodríguez nos acerca, es que su arte, más allá de lo transitorio (adjetivo impropio del arte auténtica que lucha contra lo pasajero de la condición humana), tiene en su origen la voluntad de trascendencia, contra el acabamiento y la fugacidad.