El odio en acción

La noche del viernes 13 de noviembre, Francia primero, y el mundo entero después, fueron tomando progresiva conciencia de que una tragedia de caracteres apocalípticos había ensangrentado las calles y los hogares de París. El terrorismo internacional, ciego e irracional, había vuelto a golpear al proceso civilizatorio seguido por la humanidad, con victorias y derrotas, desde los albores de su existencia.

Y es que el horror que ensombreció a París no puede ser considerado solamente como un acto de terrorismo motivado por múltiples y complejas causas. Es, sobre todo, la expresión del odio que ha llegado a influir, de manera incontrolable, en las conciencias y las mentes de las personas. El odio que tiene manifestaciones fácilmente identificables, como las leyes y políticas que dieron origen al holocausto de los judíos, el odio que llevó a Stalin a sacrificar dos decenas de millones de vidas con el pretexto de facilitar el parto de un nuevo orden social proletario, el odio que ha impedido que se resuelva el doloroso problema del pueblo palestino que espera aún ver nacer su propio Estado, el odio que produjo el abominable genocidio en el que se vieron envueltos los hutus y los tutsis de Ruanda, el odio que incendió los Balcanes, el odio de los jemeres rojos, el odio que mueve al Estado Islámico.

Pero el odio tiene otras expresiones, menos dramáticas pero igualmente peligrosas: es el odio que busca dividir a una nación entre buenos y malos, que estimula la lucha contra los “enemigos de la revolución”, el odio de quienes pretenden la condición de estadistas al aplicar la máxima maquiavélica de “dividir para reinar”. Ese odio menos escandaloso y, por eso mismo, más insidioso, que divide a las sociedades entre explotadores y explotados, que busca alimentar a unos con pan y a otros con excrementos, ese odio timorato que, en pequeñas dosis, termina por matar la solidaridad social y la identificación de todos con una sola nación y una sola madre. Ese odio que produce fanatismo, intolerancia e intemperancia y usa de todo recurso para eliminar a quien piensa diferente.

La tragedia de París nos obliga a reconocer que estamos quizás ya no en los albores sino en la vorágine de una guerra. “La tercera guerra mundial por capítulos”.

Las primeras víctimas de esta compleja situación serán las corrientes de migrantes inocentes que, para huir de la violencia y la pobreza, abandonan sus patrias con la esperanza de encontrar un mundo más humano. Y lo seremos todos porque, al condenar con firmeza a los autores del terrorismo que nos ha azotado a todos en París, encontraremos un cierto grado de justificación -grande o pequeño- para participar en esa guerra que buscaría la eliminación de los terroristas.

En el camino, habremos perdido también algo de eso que llamamos “humanidad”.

jayala@elcomercio.org

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