El terrorismo ataca a los fundamentos de la cultura occidental: la libertad entendida como virtud y la tolerancia como actitud. Y ataca, además, a la confianza en el “otro” como sustento de la vida social.
Anarquistas, revolucionarios, militantes de las guerras santas y de las cruzadas de todos los signos, saben que el curso de la vida en comunidad se rompe, a veces en forma irreparable, con una bomba o un asesinato, y siempre con el cínico manejo del miedo.
La paradoja que plantea el terrorismo consiste en el hecho de que sus militantes se asentaron, o nacieron, en sociedades cuyos valores son la libertad, la tolerancia, el laicismo y el Estado de Derecho. Eso es Francia.
Y esos valores constituyen, a la vez, “las ventajas” que permiten prosperar a los grupos extremistas.
La noción de los derechos humanos y la idea del Estado de Derecho –quizá las mayores conquistas de la civilización de Occidente-, a veces, se han convertido en parapetos que se aprovechan en la defensa de los terroristas.
A su amparo, se ha neutralizado a policías, jueces y fiscales en la más dramática evidencia de aquello de “los pájaros contra las escopetas”.
Las libertades permitieron que prosperen esos grupos en las sociedades abiertas.
Por otra parte, las tesis de lo multicultural, alentaron la proliferación de toda suerte grupos, razas y religiones en el seno de las sociedades occidentales. Sin la tolerancia, no existirían esas sociedades virtuosas por lo diverso ciertamente, donde igual se reza al Dios católico que a Alá.
Sin la tolerancia no habría tampoco democracia.
Ahora, las sociedades abiertas tienen ante sí el grave dilema de defenderse, con la firmeza necesaria, contra el terrorismo, respetando los valores que son su sustancia, y que, para muchos, son su debilidad.
Se enfrentan al drama moral y jurídico de mantener la presunción de inocencia, honrar al Estado de Derecho, someter la represión a los preceptos de la ley, y resistir a la tentación de los extremos, de los fascismos y los totalitarismo de todos los tonos.
Al tiempo que el terrorismo mata, genera miedo y rompe los lazos de vecindad, los inmigrantes invaden Europa, prosperan las mezquitas junto a las iglesias, los movimientos neonazis convocan a multitudes, y los nacionalismos se convierten en las opciones de los desesperados y de los nostálgicos.
Y hay quien sostiene que la solución son las armas, es decir, la guerra civil.
¿Triunfarán los fundamentalismos, ganará el terrorismo y sus aliados? ¿Ganará la civilización? Difíciles tiempos y graves opciones: cerrase y apostar a los muros, o vivir, pese a todo y por sobre el dolor de los muertos, conforme a aquello de la libertad, igualdad y fraternidad.
Ese es el tema de fondo que tiene que resolver el Occidente.