Obsesión populista

Mirar la historia reciente nos ilustra de una constante que se presenta en los gobiernos de marcado acento populista y caudillista: una auténtica obsesión por controlar a la prensa.

Las leyes mordaza se buscan del mismo modo en la Italia del Primer Mundo como en la Venezuela Chavista, donde el caudillo pseudo bolivariano se ha tomado una parte del paquete accionarial de otro canal más de televisión para completar su imperio mediático y que no le falten esbirros que hagan de la comunicación pública instrumento de los designios del poder concentrado.

Los millonarios populistas del Cono Sur, la pareja Kirchner también tiene esa antigua obsesión.

Y no solamente la pelea cazada con el poderoso grupo Clarín (¿“Qué te pasa Clarín, estás nervioso?), del diario de habla hispana que más circula, y la instaurada costumbre de no dar entrevistas sino solamente presentar declaraciones sin preguntas, que siempre pueden resultar incómodas, o permitir que se cubra los discursos oficiales como si los periodistas fuesen notarios de la retórica del poder y no cuestionadores de oficio para revelar lo que el poder quiere ocultar.

Pero la visión de los Kirchner sobre el rol de la prensa no es cosa del gobierno de la señora Cristina. No, tampoco del gobierno de su marido. Data de atrás, de los tiempos en que todavía se mostraba como parte del aparato que apalancaba la actividad política del presidente Menem al que ayudó a consolidar en las elecciones y sobre cuyas actuaciones en materia de los juicios contra los dictadores que violaron los derechos humanos no fueron motivo de comentario alguno por discreto que fuese. Entonces la militancia justicialista no les motivaba a cuestionar las prácticas del Gobierno, el neoliberalismo menemista no les incomodaba.

Néstor Kirchner, desde antes, era ya un político al que la prensa libre le estorbaba y de eso hay abundantes testimonios en su paso por la Gobernación de Santa Cruz, una pequeña provincia donde fue labrando fortuna y donde se agazapó hasta dar el trampolín a la gran política cuando los movimientos de fichas peronistas desmontaron las alternativas viables.

En Santa Cruz, Kirchner había instaurado una democracia de miedo (ver el libro ‘¿ Qué les pasó?’ del periodista Ernesto Tenembaum). Había consolidado una mordaza informativa, un monopolio adicto con el Periódico Austral, una radio y los únicos canales locales, 2 y 10. Luego, ya en el poder de la República presionó a América TV, logró sacar de la programación a sus críticos, con base en una pauta publicitaria abundante ‘limpió las pantallas’ de los periodistas incómodos.

La prensa criticaba y denunciaba como había ocurrido en los gobiernos anteriores. En octubre de 2009, ya tiempos de Cristina, se promulgó una ley de medios.

Los caudillos populistas son iguales en todas partes.

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