Cuando se ve la legislación laboral de algunos países, entre esos del Ecuador, es evidente que cuando se redactaron esos códigos se soñaba en un mundo lleno de obreros disciplinados, formales, usando el uniforme de la empresa y casi, casi, parados en fila, “formados”, escuchando atentamente un discurso del gerente.
Cuando se trata de entender el espíritu de las normas, se viene a la mente la escena de la película “The Wall”, donde unos martillos desfilan en perfecta organización y sincronía.
Pero el mundo laboral que se soñó en los años 30 (época en que se originó mucha de esta legislación) dista mucho de la realidad que estamos viviendo y de la realidad que podría venirnos en las próximas décadas en el mercado laboral.
Nuestro código, y algunos de países cercanos, parecería que ignoran una realidad tan evidente como la existencia de un inmenso, y por ahora creciente, sector informal (que es exactamente lo opuesto a los obreros uniformaditos de los sueños corporativistas de hace ocho décadas).
El mundo nunca fue como lo soñaron y, además, ha cambiado radicalmente. Hoy hay empresas de “taxis que no son taxis” donde los taxistas no son empleados ni tampoco ganan honorarios. Son algo distinto, son una especie de subcontratistas o de vendedores de servicios que las empresas revenden. Y están en un área gris donde, por ejemplo, no queda claro si deben o no deben pagar a la seguridad social o quién es responsable de los accidentes causados por sus “taxis que no son taxis”.
Obviamente nuestro código laboral ni por casualidad tiene alguna forma contractual que se acerque a esta, a la nueva economía y, por lo tanto, muchos de estos servicios (que van mucho más allá de “taxis”) se quedarán fuera de la ley con todas las complicaciones éticas, legales y económicas que eso implica.
Es bueno tener en cuenta que el Ecuador ocupa el puesto 112 de 140 países en el índice del Foro Económico Mundial de “eficiencia del mercado laboral” que trata de medir hasta dónde el sistema logra colocar a cada persona en el trabajo donde es más productivo.
Brasil acaba de reformar profundamente su legislación laboral, en un cambio que sorprende por su profundidad y modernidad y que bota al tacho de la basura un arcaico código heredado de la Italia de Mussolini (ellos están en el puesto 122 del mismo ránking).
El alto nivel de desempleo en el Brasil parecería ser la razón por la cual esta profunda reforma ha enfrentado poca resistencia. Aparentemente la sociedad brasileña ha tomado conciencia de la necesidad de flexibilizar las horas de trabajo, de tener empleo por horas, simplificar el trabajo a tiempo parcial, racionalizar las vacaciones y hasta reducir el tiempo previsto para el almuerzo. ¿Cuándo lo haremos nosotros?