Obama vs. Romney

Estas líneas se publicarán luego de conocido el resultado electoral norteamericano, salvo que, como consecuencia de la tormenta Sandy, se postergue el cierre de comicios en algún Estado. Sin embargo, las escribo unos días antes, cuando aún nos preguntamos ¿quién las ganará? Mi preferencia es que sea Barack Obama, por consideraciones de filosofía socio-política, de relaciones internacionales, y de integridad personal.

En el primero, encuentro más defendible la posición de Obama de buscar un razonable equilibrio entre, de un lado, las exigencias y necesidades de inversionistas y empresarios que pretenden, entendiblemente, menos intervención estatal en las actividades productivas y menores cargas tributarias, y del otro las de los grupos humanos menos favorecidos, que necesitan apoyo político para lograr seguridades mínimas en campos como la salud y la educación. Me parece que la propuesta de Romney de favorecer, en especial en lo tributario, a los que más tienen, en la expectativa de que eso les estimulará a invertir y a crear más puestos de trabajo, alienta un espíritu de egoísmo social y de premio al privilegio reñido con la ética social como yo la entiendo.

En el campo de las relaciones internacionales, aunque lo dicho por el propio Romney no sugiere que habría mucha diferencia entre su política internacional y la del actual Presidente, me genera preocupación el discurso en la Convención Republicana de la ex secretaria de Estado Condoleezza Rice, cuya presencia entre los oradores sugiere que sus ideas tendrán peso en un eventual gobierno de Romney. Aquella brillante mujer, símbolo viviente de lo que significa abrir oportunidades para las minorías menos favorecidas, pero al mismo tiempo una de las principales responsables de las desastrosas políticas internacionales del presidente Bush hijo, sustentó expresamente la necesidad, como ella la concibe, de que los Estados Unidos “lideren desde la fuerza”. Obama, al contrario, en mayor coherencia con lo que puede representar en el mundo ese gran país, se ha mostrado mucho menos propenso a esa visión imperial del poderío norteamericano.

En el campo de la integridad personal, me causa seria desconfianza la inconsecuencia de Romney con lo que él mismo ha hecho y ha dicho en el pasado, en el transcurso de sus campañas, primero por obtener la nominación del Partido Republicano, y luego contra Obama. La más flagrante de esas contradicciones se ha dado en el campo del aseguramiento de la salud: como gobernador de Massachusetts, Romney promulgó una ley muy parecida a la que luego propuso Obama a nivel nacional, pero más tarde, para ganarse el apoyo del ala radical de su partido, Romney repudió su propio proyecto. Es siempre respetable quien cambia de criterio por convicción, mas no quien lo hace por mera conveniencia.

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