Según la mitología griega el laberinto fue construido por Dédalo para encerrar al minotauro, una bestia que se alimentaba de carne humana. Cada nueve años los atenienses debían entregar siete jóvenes y siete doncellas para morir en el laberinto. Teseo puso fin al horror del minotauro. Ingresó al laberinto, mató al monstruo y para encontrar la salida siguió el hilo que Ariadna le había entregado para que señalara el camino.
En el caso de Siria hemos revivido el mito del laberinto pero con un final imprevisto. Como Teseo, el presidente Obama ofreció acabar con el minotauro, el cruel Assad. El enigmático Putin, tan ambiguo como el Dédalo de la mitología, ayudó a crear al monstruo y ahora promete ayudar a someterlo. El final imprevisto es que el nuevo Teseo, Obama, ha quedado encerrado en el laberinto. No ha tenido una Ariadna que le muestre el camino.
El presidente Obama, advirtiendo la complejidad del problema sirio, titubea trazando una línea roja que luego se ve forzado a moverla y finalmente a borrarla; permite así que su peor enemigo, Vladimir Putin, tome la iniciativa en la geopolítica; deja malparados a los rebeldes que luchan contra Assad, descoloca a Israel, pierde el apoyo de su mejor aliado europeo, Gran Bretaña; alienta a Irán y Corea del Norte y, por último, alarga la vida del sanguinario líder que ya contaba los días de su reinado.
El president ruso, Vladimir Putin, se ha dado un banquete de popularidad. Defiende a su viejo aliado sirio a quien sigue vendiendo armas, demuestra a otros aliados de la región que Rusia ha recuperado el antiguo poder en la escena mundial, veta todos los acuerdos en la ONU, hace advertencias a Estados Unidos, impone una salida inesperada que agradecen sus aliados y no pueden rechazar sus adversarios; por último, se presenta como enemigo de las armas químicas, teniendo, como tiene, un esqueleto en el clóset con el caso Litvinenko. Era un espía ruso que se asiló en Gran Bretaña para escapar de Putin, pero agentes rusos le envenenaron en Londres con plutonio radioactivo 210, una sustancia casi imposible de conseguir y utilizar sin la autorización del Kremlin. Putin se niega a extraditar a los acusados. “Usted puede tener éxito en silenciar a un hombre, pero los gritos de protesta de todas partes del mundo van a resonar, señor Putin, en sus oídos el resto de su vida”, dejó escrito Litvinenko antes de morir.
Obama, encerrado en el laberinto, busca una salida. El pueblo no le apoya, la crítica se mofa y antes de que el Congreso le diga no, se acoge a la salida que le ofrecen Putin y Assad; pero no es el hilo de Ariadna. Como dice Marc A. Thiessen del Washington Post: “Se supone que sea el Presidente de Estados Unidos quien ofrezca una salida al dictador para salvar la cara y no al revés. La triste realidad es que Obama necesitaba esta salida más que Assad”.