Acaso la más notoria paradoja de la vida contemporánea no sea la falta de información, sino justamente lo contrario: cada día el ciudadano común y corriente recibe tal torrente de datos de la más variada clase, que se congestiona, se aturde y no logra discernir entre tanto barullo, con acierto ni verdadera orientación.
Un ejemplo dramático de tal fenómeno culminó este sábado, cuando Juan Manuel Santos se posesionó del mando, en reemplazo de Álvaro Uribe Vélez, quien había gobernado durante dos períodos a nuestros vecinos los colombianos.
Ya que contradiciendo a múltiples rumores, temores de unos y esperanzas de otros, Santos no tuvo el menor empacho para destacar que la política de ‘seguridad democrática’ llevada adelante por Uribe, el nuevo Presidente está decidida a reemplazarla por la de ‘prosperidad democrática’.
De hecho los pobres, que constituyen casi la mitad de sus compatriotas, según los indicadores que se manejan internacionalmente, han ocupado el tema central del mensaje leído por Santos desde el centro histórico de la ciudad de Bogotá. Resulta significativo que el flamante Mandatario haya recalcado “la decisión de combatir la pobreza y sus consecuencias con la misma intensidad con la que he combatido el terrorismo”, y una y otra vez haya reiterado: “A los pobres no les defraudaremos. A los pobres no les fallaremos”.
Por cierto, Santos no se engaña en cuanto a los medios de cumplir lo ofrecido. Él tiene claro que la herramienta decisiva será abrir miles de nuevos puestos de trabajo digno. Ha enfatizado que una meta esencial de su compromiso va a ser disminuir el desempleo a menos del 10% de la población en posibilidades de laborar, “así como apoyar el emprendimiento -la iniciativa de los colombianos- para que surjan más empresas rentables y generadoras de empleo”.
“Si ningún colombiano se levanta en la mañana con la incertidumbre de su sustento diario, solo así será posible la existencia de una sociedad con fuerza”, ha rematado el tema básico, antes de ocuparse de la violencia interna que vive Colombia desde hace más de medio siglo. Metafóricamente ha dicho Santos que “la puerta del diálogo no está cerrada con llave”, pero ha puntualizado que cualquiera conversación tiene como condiciones previas e inalterables “la renuncia a las armas, al secuestro, al narcotráfico, a la extorsión y a la intimidación”. Y respecto de los otros países: “La palabra guerra no está en mi diccionario’ Quien diga que quiera la guerra, se ve que no ha tenido nunca la responsabilidad de enviar soldados a una guerra de verdad”.
Cierto que para un Presidente democrático el discurso de inauguración marca el punto más alto de su carrera, antes de empezar la diaria escaramuza con políticos y burócratas, pero no cabe duda que el mensaje de Santos ha sido franco, fresco tolerante y esperanzador.