De nuevo en la Guerra Fría

Desde hace varias semanas, los medios dominantes se han dedicado unánimemente a denunciar las acciones de Vladimir Putin, primero en Crimea y ahora en Ucrania.

La última portada de The Economist representa un oso tragando Ucrania, bajo el título de "insaciable". La unanimidad en los medios es siempre preocupante, porque revela algún reflejo instintivo. ¿Es posible que se esté manifestando la inercia de 40 años de Guerra Fría? Esta inercia en realidad no ha desaparecido. Si se dice o se escribe: "el presidente comunista Raúl Castro", nadie se sorprenderá. Pero sí habrá sorpresa si se llama capitalista al presidente Barack Obama, aunque se aplique la misma lógica.

Nunca se alude a las responsabilidades de Occidente en este asunto.

Recordemos que el último líder soviético Mijaíl Gorbachov (1985-1991) estuvo de acuerdo con George Bush padre, Margaret Thatcher, Helmut Köhl y François Mitterrand en aceptar la reunificación de Alemania, pero también se convino que Occidente no debería tratar de invadir la zona de influencia de Rusia. Una vez que Gorbachov fue eliminado, el juego se abrió de nuevo. Y la docilidad total de Boris Yeltsin (1991-1999) a EE.UU. es bien conocida.

Menos conocido es que el Fondo Monetario Internacional (FMI) emitió un préstamo de USD 3500 millones para apoyar al rublo. El crédito fue a parar al Banco de América, soslayando al Banco Central de Rusia y terminó en los bolsillos de los oligarcas que compraron todas las empresas públicas rusas.

Después de Yeltsin, Vladimir Putin apoyó la invasión de EE.UU. a Afganistán de una forma impensable durante la Guerra Fría: permitió que los aviones estadounidenses volasen por el espacio aéreo ruso. En noviembre del 2001 Putin visitó a George W. Bush en su rancho de Texas, pero unas semanas más tarde, este anunció que Estados Unidos se retiraba del Tratado sobre Misiles Antibalísticos, simplemente para desarrollar un sistema en Europa Oriental supuestamente para proteger de la amenaza de Irán a los miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Con realismo, esta estrategia se interpretó como dirigida contra Rusia. A esto le siguió la invitación de Bush en 2002 a siete países de la extinta Unión Soviética (incluidos Estonia, Lituania y Letonia) a unirse a la OTAN.

La Revolución de las Rosas del 2003 en Georgia llevó al poder a Mijaíl Saakashvili, un presidente prooccidental. Cuatro meses después, las protestas callejeras en Ucrania, la Revolución Naranja, condujeron a la elección de otro mandatario favorable a Occidente, Viktor Yushchenko. Sucesivamente, Bush apoyó la adhesión de Ucrania y Georgia a la OTAN, una bofetada a Moscú. De modo que no fue una sorpresa cuando, en 2008, Putin respondió militarmente al intento de Georgia de ocupar la región pro rusa de Osetia del Sur, junto con otra región separatista, Abjasia. Sin embargo, para los medios se trató de una acción irracional.

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