La República del Ecuador, como escenario político autónomo y libre, en 15 años será bicentenaria. En este lapso, ningún Presidente-Jefe de Estado ocupó una década continuada en el poder máximo. Peor aún: nadie invadió y anuló la independencia de los otros poderes propios de los sistemas democráticos con vida plena en el siglo XXI.
Asimismo, nunca experimentó el pueblo ecuatoriano avanzar hacia el noveno año con un Presidente errante por ciudades y provincias como el actual, que los lunes de cada semana, siempre está en el cambio de guardia del Palacio de Carondelet y en el almuerzo de invitados, para los días siguientes ejercer su poder a lo largo y ancho del país. Más bien, nuestro pueblo forjó la imagen del gobernante bien sentado en el sillón presidencial, esto es, en pleno ejercicio de su poderío desde Quito, sede histórica de siempre. Era otro estilo de gobernar complementado, imprescindiblemente, de los otros segmentos administrativos del poder, a través de más o menos 15 ministerios de Estado. Hoy son alrededor de una treintena, generosamente extendidos con varias subsecretarías cada uno.
Posiblemente, el aumento se produjo por la abundancia de recursos fiscales (240 000 millones), especialmente del rubro de precios en la exportación del petróleo, disminuidos en la actualidad.
Para quienes desconocen el origen del nominativo Carondelet, de ese Palacio situado frente a la pequeña superficie que tiene la Plaza de la Independencia, comparándole con las de Bogotá y Lima, hay que recurrir a las fuentes históricas. Antes de que el Barón de Carondelet sea designado Presidente de la Real Audiencia de Quito, había sido gobernador de las posesiones de Lousiana, situadas hacia las costas del mar Caribe, y que fueron cedidas por España y Francia a los Estados Unidos, y debido a esa confianza del Rey, fue trasladado a Quito. Su pronta identificación con las aspiraciones quiteñas, lo vinculó a Juan Pío de Montúfar y Larrea, para acertar en sus acciones, tales como la creación de vías hacia Esmeraldas, y así convertirla en un puerto marítimo.
Estas y otras tareas de la Audiencia de Quito fueron sustancia de una Memoria enviada a España en 1800 para ejecutar muchas obras, pero todo comenzó a frustrarse por la política expansiva de Napoleón Bonaparte desde 1806 hasta invadirla en 1808. Carondelet murió el 10 de agosto de 1807 -adviértase esta fecha con la primera proclama libertaria de 1809- . Por eso, su nombre ha sido perpetuado en la sede del poder presidencial.
Desde aquellos orígenes, ya bicentenarios, el Gobierno asentado en el sillón presidencial impartió órdenes, firmó decretos, pidió renuncias, sustituyó ministros de Estado; en fin, ejerció los actos del poder presidencial, respetando a los otros poderes también con sede en Quito, para que fluyesen esas acciones en forma totalmente independiente.
A partir de 2007, en cambio, convertido en poder absoluto, su traslado físico se hace imprescindible, dejando vacío el sillón presidencial de Quito.