La marcha en defensa de los derechos de los trabajadores que se llevó a cabo la semana pasada, por convocatoria del Frente Unitario de Trabajadores y otras organizaciones sociales, dejó sembradas varias interrogantes.
La más importante es la pregunta de si el descontento en contra del Régimen, que se ha ido acumulando por largos siete años, va a canalizarse en un nuevo ciclo de movilización social, como fue clásico en la sociedad ecuatoriana desde la década de los setenta. Está por verse si los trabajadores organizados y otros colectivos que hoy son parte del horizonte social tendrán la convocatoria y el discurso para llamar a múltiples y diversos sectores de la sociedad a expresar sus demandas y reivindicaciones frente al Gobierno.
Aquello ocurrió en décadas pasadas y el movimiento social organizado fue actor fundamental del deterioro y posterior colapso del régimen político que se inauguró con el retorno democrático. No es tan seguro que dicha tendencia pueda reproducirse ante un Gobierno con fachada de izquierda, con cuadros que vienen de esa tradición de movilización, y donde e muchos ciudadanos, por miedo o acomodo, prefieren el estatus quo a la protesta y el reclamo.
No obstante, lo del miércoles pasado fue importante. Y no solo en Quito, sino en varias ciudades. Dato curioso fue la respuesta del Gobierno, que por su reacción de corte represivo y descalificatorio, en nada se diferenció a gobiernos anteriores que enfrentaban movilizaciones similares con idéntico estilo. Me pregunto qué sucede con la clase política, la de ahora y la de antes, que una vez que llega al poder, no importa si son de derecha, centro o izquierda, olvidan todo vestigio de pluralismo, capacidad de escucha, tino e inteligencia para reaccionar democráticamente cuando se produce una movilización.
Fue patético el lenguaje presidencial con respecto a esta marcha. El Presidente se pareció tanto a sus antecesores en su descalificación a los dirigentes y plataforma de la movilización, que emuló perfectamente a cualquier fantasma insepulto de la partidocracia. De igual forma, los niveles de represión fueron altos. Contusos y decenas de detenidos dejaron un saldo que muestra una inusitada violencia.
En fin, quedó muy claro es que existe un considerable descontento en el país con respecto a las más variadas políticas del Gobierno y que ese descontento comienza a aparecer en la forma de movilización social. Esto es muy importante porque este tipo de acciones ha sido tradicionalmente el repertorio de protesta con que muchos ecuatorianos nos acostumbramos a expresar nuestras reivindicaciones y enojos.
La revolución ciudadana pretendía haber ahogado a la movilización; ponderaba haber creado un paraíso de estabilidad autoritaria en un territorio tomado por la inestabilidad. Hoy nos damos cuenta de que aquello posiblemente fue una ilusión temporal. Que los pueblos y sus ciudadanos pueden quedarse quietos solo por lapsos cortos. Y que más temprano que tarde reaccionan y que su reacción puede convertirse en una marea incontrolable.
@cmontufarm