La designación del nuevo Ministro de Relaciones Exteriores ha sido recibida con general beneplácito. Después de la destrucción intencional de la profesión diplomática por parte del presidente Correa y de sus obsecuentes cancilleres, el nombramiento del embajador José Valencia, diplomático profesional con singulares dotes intelectuales, formación académica, larga experiencia y una inquebrantable práctica de la ética, da lugar al optimismo en cuanto a los nuevos “rumbos” que el presidente Moreno ha anunciado en el ámbito internacional.
Será necesario definir con transparencia, sin ambigüedades ni incoherencias, los lineamientos básicos de la política externa. Cuando dirigía la Cancillería, Francisco Carrión preparó una magnífica hoja de ruta llamada Planex 2020, que recoge los principios tradicionales de la política exterior y sus objetivos prioritarios. Habrá que volver los ojos a ese documento.
El ministro Valencia conversará seguramente con el presidente Moreno para dejar en claro la posición ecuatoriana sobre los más importantes temas contemporáneos, tomando en consideración las convicciones democráticas del pueblo ecuatoriano. La Cancillería deberá recuperar su papel como ejecutora y única portavoz gubernamental en materia internacional. Su función coordinadora, al interior del país, debe volver a sobresalir.
Es urgente iniciar la reconstrucción del servicio exterior, en estricto respeto de su Ley Orgánica y de la Convención de Viena sobre Agentes Diplomáticos, tarea nada fácil pero indispensable, para restablecer su eficiencia y renovar el prestigio que había alcanzado. A pesar de los agravios que soportó por diez años, el diplomático profesional no ha perdido su mística. Deberá recuperar su fe. Para facilitar su formación y permanente actualización, será necesario restablecer la Academia Diplomática. La cooperación del Brasil ha sido ofrecida para este efecto.
La ejecución de la política externa del Ecuador debe estar en manos de ecuatorianos y no de extranjeros ideológicamente afines, nacionalizados para ser ministros, subsecretarios o directores. El Gobierno haría bien si buscara el asesoramiento de los mejores ciudadanos sobre los más complejos e importantes temas de la política internacional. Tal fue la función de la Junta Consultiva de Relaciones Exteriores cuya resurrección sería deseable. Patrióticos criterios emitidos a tan alto nivel podrían ser de gran utilidad en casos como los de Venezuela, Nicaragua, Assange, Siria, Irán, ALBA, Unasur.
El Presidente debe otorgar suficiente capacidad de decisión a su nuevo Canciller, seguro de que en todas sus actuaciones no tendrá otra mira que la de servir a la nación con honestidad y patriotismo. Por su parte, los profesionales de la diplomacia deben entregarle su plena y desinteresada cooperación.
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