Es indudable que el nuevo aeropuerto de Quito refleja un avance de la capital. Se ha puesto a tono con otras ciudades del mundo. Una pista más grande y más segura. Una obra moderna, aunque pequeña en su terminal. Sin embargo, basta vivir experiencias en estos primeros meses de funcionamiento para poner al descubierto las falencias que se le hiciera notar a la actual administración municipal cuando estaba en construcción. Se trata de vivencias y no de afirmaciones recogidas al azar.
El caso de las insuficientes mangas obliga a pasajeros de determinados vuelos internacionales a bajarse a la intemperie, a veces a la medianoche y con lluvia. Con mayor razón los usuarios de los vuelos internos, que están más condenados a este servicio. Cuando se advirtió antes, el argumento municipal fue que había espacio para crecer y construir si era necesario, lo que demostraba la poca visión del presente y peor del futuro, cuando ni siquiera ha funcionado medio año.
Lo más grave se produce cuando se pone a prueba los servicios de emergencias. Allí se valora las acciones y las reacciones de quienes se encargan de los trabajos diarios. Cuánto están listos para actuar de manera inmediata y, lo más importante, solucionar los problemas y no buscar justificativos que los usuarios detestan.
La noche del viernes 2 de agosto último el aeropuerto tuvo otra prueba de fuego a su funcionamiento, que dejó al descubierto las fallas y la falta de capacidad inmediata para arreglar los problemas. Un avión militar, por información entregada en el terminal, quedó inmovilizado en la pista tras producirse una falla. No hubo un remolcador para mover a la pequeña nave. Se cerraron las operaciones tres horas, aproximadamente, y se desencadenó el caos por la postergación de vuelos nacionales e internacionales, una parte para el otro día.
Cada compañía hacía su esfuerzo por solucionar los problemas de centenares de personas y entregarles hasta altas horas de la noche los nuevos pases a bordo, pero el daño estaba hecho. Esto determinó que gran parte de los pasajeros permaneciera en el aeropuerto, en unos asientos metálicos nuevos pero duros e individualizados, lo que contrasta con otros aeropuertos, ni siquiera del exterior, que ofrecen mejores comodidades. Solo basta comparar con los asientos del aeropuerto de Manta que están recubiertos de cuero y por tanto más cómodos.
Parte de los pasajeros optó por dormir en el suelo, con las consecuentes molestias; los escasos enchufes para recargar celulares y la adquisición de una pequeña hamburguesa “barata”, a solo USD 10. Reflejo de un moderno aeropuerto, pero con viejas prácticas. Y no tuvieron ni siquiera la delicadeza de explicar y peor ofrecer disculpas a los usuarios. ¿Qué les pasó a los responsables? ¿Qué sucederá si ocurriera una emergencia mayor?