Se lanza en la semana un nuevo proyecto de integración que nace con la propia definición de sus propulsores como “una nueva OEA sin los norteamericanos”.
Casi siempre que se construye algo contra alguien especialmente en procesos de integración los mismos tienden al fracaso. Sin embargo, los proyectos impulsados para lograr cuestiones importantes como la erradicación de la pobreza, el aumento de los niveles de educación que aunque complejos y difíciles, permiten visualizar el sentido de la integración de una manera más práctica y efectiva.
Si sumamos este nuevo proyecto a ser lanzado en Caracas, veremos que se suma a una inveterada tradición latinoamericana de pretender reducir el complejo proceso integrador con la simple fórmula de lanzar una nueva marca o membrete al mercado regional e internacional.
Se conoce que las experiencias de países con más años que los nuestros como los europeos deben hacer frente de manera cotidiana a notables diferencias en variados campos a los que destinan ingentes recursos materiales y humanos.
Ahora mismo la difícil situación de Grecia, Italia o España nos grafica el gran reto que supone construir una integración basada en principios comunes que siempre deben ser revisados.
La nueva OEA surge así como una respuesta a la otra que con sede en el viejo caserón donado por el magnate del acero Andrew Carnegie en la capital de los Estados Unidos, no parece cobrar la misma vitalidad que tuvo en años anteriores.
La gran pregunta sin embargo es si este nuevo proyecto es en realidad una contestación a lo que dejó de hacer la “vieja OEA” o todo se reducirá a demostrar al “imperio” que estamos haciendo cosas sin ellos de manera más práctica y efectiva.
Las muchas denominaciones integradoras como la Aladi, el Mercosur, la Comunidad Andina (CAN )o la Unasur de reciente creación, requieren un trabajo más maduro y serio que proyecte hacia el exterior una imagen cambiada de un subcontinente que no se queda solo en la descripción de la tarea sino que la acomete con el rigor y la magnitud de ella.
No es suficiente declamar algo para que ocurra. Las cosas necesitan de liderazgos generosos, amplios y con visión de futuro.
Y lo que vemos en muchos de los países integradoras es justamente lo opuesto: persecución, saña, resentimiento y odio.
Sabemos que con esto no se puede hacer integración en valores comunes que sea al mismo tiempo propositivo, innovador y desarrollista.
“La nueva OEA” que nace en Caracas tiene padres y padrinos tan desconfiables como la vieja que se quiere enterrar.
Esto confirma que cuando más parece que cambiamos, más permanecemos igual.