Hoy ratifico lo que escribí en agosto de 2008. Una lectura minuciosa, artículo por artículo, de la Constitución concebida en Carondelet y aprobada en Montecristi, con cambios incorporados a última hora con trampa y mañosería, nos permite concluir que es un texto excesiva e improcedentemente extenso, alejado de la más elemental y aconsejable técnica jurídica, poco coherente y sistemático, contradictorio, farragoso, repetitivo, con vacíos incomprensibles pese a su pretendida prolijidad y su reglamentarismo, con novelerías rayanas en la puerilidad y con una redacción ambigua y recargada que, más allá de los ocasionales aciertos, es pedestre, confusa e ilegible. Es un bodrio.
Una segunda lectura, que busca analizar la organización institucional que se pretendió dar al estado, nos entrega nuevos y reveladores datos. En efecto, el texto establece una estructura estatal tan alejada de nuestra tradición constitucional que, más que un novedoso afán de cambio y renovación, o la búsqueda de la participación directa y democrática de los ciudadanos, delata la influyente intervención en su redacción de asesores extranjeros -reconocida incidental y vergonzantemente- y una excesiva tendencia estatizante. La vigencia de esta Constitución ha producido un inusual crecimiento del estado -más gasto público, burocracia y corrupción- y una peligrosa disminución de los espacios de la sociedad civil.
Es probable que las lecturas señaladas no permitan, como los árboles impiden ver el bosque, descubrir otras evidencias subyacentes y también importantes: la Constitución, que no fue redactada para el país, reconociendo su pluralidad ideológica, sino para un proyecto político excluyente y concentrador, ha servido para consolidar y, paradójicamente, ‘legalizar’ el autoritarismo. Un autoritarismo fraguado en la mentira, la ofensa y la descalificación, el abuso y el atropello, y apuntalado por la ingenua ilusión, la indiferencia o falta de perspicacia, los traumas y resentimientos, el sectarismo y la connivencia, el servilismo y la cobardía de muchos ecuatorianos.
El país requiere otra Constitución. ¿Será posible? Dependerá de nosotros. Tenemos que escoger entre dos proyectos políticos: democracia o dictadura. La democracia -lo he dicho antes- se reconoce imperfecta y acepta detractores. La dictadura, imbuida de su perfección, avasalla. La democracia crece en el pluralismo y el consenso. La dictadura se nutre de la sumisión. La democracia se renueva en la libertad. La dictadura niega la libertad y recurre a la violencia.
La democracia, que acepta y respeta los valores inherentes al ser humano, se construye paso a paso, con sacrificio y esfuerzo constantes. La dictadura puede instaurarse en un día. La democracia es una conquista colectiva. Toda dictadura es una imposición y, a la luz de las trágicas experiencias del pasado, un anacronismo. Una aberración.