En el auditorio de la Academia Nacional de Historia, Edificio Alhambra, esquina de la 6 de Diciembre y Roca, en Quito, el miércoles 16 de noviembre, ante numerosos asistentes, se incorporó como miembro correspondiente la historiadora arqueóloga cuencana Paulina Ledergerber Crespo, del Instituto Smithsoniano de Washington, con la lectura de su discurso de rigor, sobre el tema “Los ancestros cañari y shuar: una aproximación desde la arqueología”, apretado informe de sus excavaciones en Gualaquiza, que le sirvió para referirse, en síntesis, a las últimas novedades acerca del poblamiento humano de la región austral del Ecuador. Le dio la bienvenida el académico de número Benjamín Rosales, presidente del Capítulo Guayaquil de la ANH, quien puso de relieve los sistemáticos estudios de la recipiendaria, efectuados en Cuenca, su lugar natal, Quito y Washington D.C., que le han permitido incorporarse al Instituto Smithsoniano, uno de los más altos centros del mundo para la investigación de las ciencias naturales.
El discurso de Paulina trajo a colación el gran problema del origen y antigüedad del hombre americano, en general, y ecuatoriano, en particular. Descartada la teoría del autoctonismo, que a comienzos del siglo XX sostuvo en la Argentina el paleontólogo Ameghino, también ha sido puesta en duda la exclusiva tesis del remoto origen premongoloide por Behring, antes conocido como estrecho de Anián, migración paleolítica que se extiende hasta Tierra del Fuego. A mediados del siglo pasado cobró fuerza el aporte de Emlio Estrada, Cliford Evans y Betty Meggers, quienes sostuvieron, con evidentes pruebas arqueológicas, el arribo a la América ecuatorial de navegantes transpacíficos, al parecer japoneses de Jomon, que influyen en Valdivia, península de Santa Elena, iniciando el Período Formativo con pionera cerámica .
No todos admitieron esta hipótesis, pues surgieron reputados arqueólogos, entre ellos D. Lathrap y A.C. Roosevelt, que postularon el origen, en la hoya amazónica, del hombre ecuatorial, que trepa al Interande. La discusión entre unos y otros fue larga y sostenida, y aún ahora hay quienes postulan con ardor una de las dos teorías en desmedro de la otra. Parece prevalecer, la del origen transpacífico, como más antigua e influyente, sin desconocer que hayan arribado, en diversos tiempos, aportes posteriores. Otras tesis postulan migraciones europeas para América del Norte, y un acentuado aporte africano, particularmente para la población sudamericana.
Con el descubrimiento del genoma humano, originado en África, se habría comprobado la unidad del ‘homo sapiens’ y todos sus antecedentes. El Paraíso terrenal y la primera pareja Adán y Eva, habrían sido nuestros afroantepasados, según resume el académico Gustavo Ramírez Pérez en su último libro. “El que no tiene de Inga tiene de Mandinga”, un antiguo proverbio criollo.