Nuestra historia militar

Cuando la Academia Nacional de Historia Militar, fundada en el 2009, dirigida por el Gral. F. Dobronski, se impuso la tarea de escribir la Historia militar del Ecuador, respondía a la necesidad que teníamos de contar con un cuerpo de conocimientos que vinieran a sumarse a la Historia General de un pequeño país, cien veces invadido, al que inclusive se le discutió las razones de su existencia y sin embargo logró mantener su identidad y un espacio geográfico.

Misión cumplida: “Historia militar del Ecuador” (Quito, 2010). Buen formato, pulcritud editorial. En la contratapa, una estupenda reproducción del mapa del P. Fritz sobre “El gran río Marañón o Amazonas”, 1707: documento fundamental de la obra civilizadora de la Real Audiencia de Quito con su brazo ejecutor los misioneros jesuitas. Sus autores: dos civiles y 14 militares desde generales hasta un suboficial, y una capitana Rosita Chacón. Todos ellos bien informados, familiarizados con el ejercicio de leer y escribir, ciudadanos cultos.

Quienes organizaron el índice temático de la historia militar de nuestro país tuvieron la lucidez de comenzar por esas evidencias de una nacionalidad ya definida: Atahualpa, el emperador quiteño; Rumiñahui, el plebeyo general quiteño; la columna vertebral de las tropas quiteñas: los ‘guaguacunas’, los hijos de los degollados en Yahuarcocha.

Nada de mentes afiebradas: los soldados quiteños imponiéndose hasta llegar al Cusco a paso de vencedores.

Mi atención se concentró en los capítulos relacionados con la derrota del 41 y la victoria del Alto Cenepa de 1995, pasando por la frustración de Paquisha en 1981. Sus autores, los generales Paco Moncayo y José Gallardo; objetivos, de comentarios sin concesiones, de razonamientos rigurosos. Luces y sombras. El final: las FF.AA. de un pequeño país que se habían preparado para resistir otra invasión y se impuso a la hora de la verdad. Un final, digo yo, que nos permitió llegar a la paz con la cara limpia, respetables ante nosotros mismos.

En esa historia militar, incluidos capítulos de nuestra historia diplomática, lo que no encontré por ninguna parte es la respuesta que debimos darle al canciller brasileño Aranha cuando estábamos por firmar el Protocolo de Río de Janeiro. “¿Qué actos de posesión han hecho ustedes durante cien años en los territorios que reclaman?”. ¡Rocafuerte, señor!, a orillas del Napo cuando es plenamente navegable. Hasta una escuelita tenía para los hijos de los colonos que se dedicaban a la agricultura y ganadería y sus productos llegaban a Iquitos y Manaos. Conservo fotos, documentales, tomadas por mi padre cuando estuvo en Rocafuerte como médico del Batallón Vencedores, unidad enviada con el propósito de hacernos valer en ese puesto crucial de la línea de frontera, cuando el statu quo de 1936.

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