Un norteamericano en Quito

Transcurre el mes de junio de 1861. En medio del ancho Guayas, un navío de altas velas, al fin, echa anclas. Un viajero atento y curioso, gringo por su aspecto, toma nota de todo lo que observa, se apresta a desembarcar. Es en Guayaquil donde comienza su misión. Página tras página crece su diario de viaje. Por vías fluviales llega a Babahoyo, debe arribar a Quito, allí lo esperan. Le incomoda la falta de caminos del país; senderos tenebrosos penetran en densas selvas. Anota: "No comparto el entusiasmo de los poetas y los novelistas por el Sunny South (el "meridión soleado). Me alarma la palidez y la apariencia enferma de la pobre gente que vive en estas regiones. Todo es triste y lúgubre". Mala posada y peor bocado en un mesón de los páramos del Chimborazo. El frío y las pulgas le impiden dormir. Llega, al fin, a Quito. Se presenta ante el presidente García Moreno. Es Friedrich Hassaurek, el primer embajador de los Estados Unidos ante el Gobierno de Ecuador.

Hassaurek es un político y periodista de Cinccinati. Cuando Lincoln asciende al poder, él aspira obtener un cargo diplomático en Suiza, mas, la suerte le fue adversa, se le dio lo que estaba vacante: la Embajada en Quito. Un descenso significativo en sus pretensiones. Tal situación nos permite suponer que su visión del Ecuador está impregnada de cierta amarga decepción. Este desencanto es inocultable en el libro que escribirá luego: 'Cuatro años entre los ecuatorianos'.

El Quito de mediados del siglo XIX es retratado entre luces y sombras, con las tintas grises de un aguafuerte goyesco. La visión que tiene del Ecuador es la de un país semibárbaro, una sociedad inmadura, atrasada, dominada por prejuicios que llegan de su origen indohispano. Motivos recurrentes de sus observaciones son la indolencia, la superstición y pereza de la gente, el desaseo generalizado.

Su opinión sobre América Latina está cargada de prejuicios etnocéntricos y moralismo luterano. El orgullo ilustrado de filósofos como Kant y Hegel que miran a Europa como la culminación del espíritu está presente en Hassaurek: "Ninguna de las grandes razas de la tierra ha nacido de los trópicos. Mientras más nos aproximamos a la zona tórrida, menos hombres civilizados encontramos". (Kant habló de la "inmadurez culpable" de ciertos pueblos y Hegel del "alma ajena" de América). La idea de la maldición bíblica, el concepto de la culpa trágica (Esquilo) resuena en esta sentencia del norteamericano: "Si los pecados de los padres han de ser pagados por sus hijos, no se puede negar que esto es cierto para el caso de Latinoamérica. Los crímenes de los primeros conquistadores han dado sus frutos mortales". En testimonios como este, lo importante no está en la descripción de las costumbres; está en la ideología implícita y en la visión eurocéntrica y colonialista con las que juzga al pueblo que visita y en cuyo espíritu no llega a penetrar.

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