Casi con regularidad a los personajes políticos no les gusta ver las cosas en su real dimensión y viven de demagogia e ilusiones del poder. Sin embargo, venden imágenes y discursos contrarios a la realidad, que impactan ingenuamente en sus seguidores. Ese es el caso de Venezuela, en donde existen sectores ciudadanos de diversos estratos, incluidos los bajos, que finalmente abren los ojos, salvo los fanáticos, y razonan frente a hechos inocultables.
Los pueblos se cansan de las mismas prácticas, aunque se sientan beneficiados con determinadas prebendas, de manera especial por los estilos autoritarios, antidemocráticos, que irrespetan y pisotean la institucionalidad y la acomodan a su proyecto político, sin rectificar a tiempo. Uno de los discursos manidos y recurrentes ha sido encasillar a todos los críticos como opositores y acusar a la derecha de ser culpables de todos los males. Polarizar posiciones, dividir a los pueblos y hasta a las familias con actitudes sin razonamiento. Un zorro de la política nacional, ya fallecido, decía que sus propios coidearios cuando llegaron al poder se subieron a la nube rosada y no se bajaban para verificar la realidad.
Existen dirigentes y autoridades que no admiten las derrotas y por tanto no tienen por qué rectificar. Endosan los errores a los otros porque creen que la política se hizo solo para ganar hasta cuando algún día les pase una factura muy difícil de pagar y las reacciones sean tardías. Un reflejo: la aguda crisis de Venezuela, en donde al menos la mitad del pueblo y decenas de miles de estudiantes le han dicho basta al Gobierno.
No dejan espacios para hacerse una verdadera autocrítica y se resisten a aceptar lo que es común en una administración: el desgaste del poder, más allá de las aptitudes positivas que han demostrado en la administración. Creen que con la obra pública, con recursos y subsidios se puede tener obnubiladas todo el tiempo a todas a las personas. No reparan que las malas actitudes son más importantes que las buenas aptitudes.
Existen pueblos -el caso de Quito- que tienen sus límites, que suelen cansarse y hastiarse, que han salido por sus fueros frente a las arbitrariedades y eso irradian al país. El no procesar oportunamente les ha costado caro a los actores políticos, más aún cuando han intentado imponer por la fuerza su destino, sin contar que las FF.AA. ecuatorianas no son las FF.AA. venezolanas, que sirven al Gobierno con “patria, socialismo o muerte”. Acá es otra cosa: son profesionales aunque silentes.
El cinco veces presidente, José María Velasco Ibarra, en una de las últimas entrevistas que me concediera poco antes de morir, dijo para registro histórico: sí, al pueblo ecuatoriano le puedo enviar muchos mensajes; que sea un pueblo valiente que haga respetar su soberanía ante el primer arbitrario que pretenda ser dueño de sus destinos.