Han pasado algunas décadas desde que voté, por primera vez, para una elección presidencial y para los personajes del Congreso, hoy, Asamblea Nacional. Lo hice con civismo, -no lo oculto- hasta con ilusión, siempre, con esperanza de tiempos mejores para los ecuatorianos. En más de una ocasión defendí con furor a los candidatos de mi preferencia: discusiones en familia, entre amigos y en otros ambientes; esto duraba hasta que se oficializaban los resultados electorales, cuando aún humeaban rezagos de fogosas contiendas electoreras. Después de la fiesta y algarabía de los triunfantes, hayan sido, o no, mis votados, surgía, durante los meses siguientes, la expectativa, la esperanza que no quería morir hasta, finalmente, sentir desengaño -en no pocas ocasiones- hasta vergüenza, al palpar la realidad de que el país, una vez más, quedaba defraudado.
Hubiera querido que el título de este artículo sea, más bien, “votaré por”, en vez de empezar con un satírico “no”; pero, ante semejante baratillo de ofertas que los candidatos han lanzado, fundamentaré mi voto, con mayor hondura, tras analizar contra qué se van, qué incumplen un sinnúmero de candidatos. Me cimentaré en las conclusiones de dos eventos que se dieron, a mediados del año 2012, en España: el uno, el XVII Simposio Internacional “Ética, empresa y sociedad” y, el otro, cuando 12 profesores de varias universidades, agrupados por la Cátedra Ethos, de Ética, de la Universidad Ramon Llull (URL), elaboraron el primer Código Ético para Políticos, que recogió los principios que deben regir su trabajo, su relación con la ciudadanía, entre partidos y con los medios de comunicación.
No votaré por quienes vayan en contra de ciertos valores básicos: honestidad, lealtad, veracidad, ejemplaridad, austeridad y capacidad de servicio. No votaré por quienes no hayan demostrado aquello, primero, en sus actitudes personales, independientemente de las opciones políticas que legítimamente defiendan. No votaré por quienes no tengan respeto y cuidado en el uso del lenguaje. No votaré por quienes, como rivales, no respeten mutuamente sus vidas privadas, sus creencias, sus estilos personales de vida, sus esferas privadas, como argumento en el debate público. No votaré por quienes irrespeten la legítima autonomía profesional de los medios de comunicación, sin presionar, interferir ni coaccionar sus prácticas. No votaré por aquellos que no logren evitar, en todo momento, la demagogia, la manipulación y la falsedad.
“Solo hay una única moralidad humana profundamente enraizada en la persona”, una ética universal, que desecha relativismos, que deja al margen criterios personales de nuestra común naturaleza humana; estamos de acuerdo en que existen valores esenciales que todos compartimos profundamente, ¡exijámoslos a esos candidatos, con mayor firmeza, si resultan electos!