En ‘La república’ -un libro que habla sobre el Estado, la justicia y la virtud ciudadana- Platón describe un diálogo entre Sócrates y Adimanto en el que ambos reflexionan sobre los valores que debieran ser inculcados a los miembros de una sociedad.
Los dos personajes coinciden en que la templanza y el amor por la libertad son principios claves que se deben enseñar a las personas. Rechazar la mentira y cultivar la honestidad en los negocios también son hábitos que aquellos filósofos consideran obligatorios para un ciudadano griego. No temer a la muerte y llevar una existencia valerosa son, finalmente, las cualidades que deben caracterizar a un buen hombre, aseguraban aquellos personajes.
¿Cómo inculcar esos valores? Mediante algo que ellos llamaban ‘imitación’ o emulación. Adimanto y Sócrates buscaban un set de reglas de convivencia que consolide al Estado y a la democracia que sus antepasados habían inventado. Para ellos, la mejor forma de encontrar esas reglas era inspirándose en el ejemplo de los dioses y héroes de la Ilíada y la Odisea.
Buscaron allí porque eran los textos fundacionales de su sociedad y su cultura; los que definieron sus valores y creencias más profundas. Hace 2 400 años, Platón entendió que se requiere una carta fundacional que explique a los ciudadanos cómo llevar una convivencia ordenada y próspera.
¿Qué es lo peor que le puede pasar a una sociedad?, se pregunta Sócrates. El mismo se responde diciendo: “’convertir a los demás en dueños y jueces de su derecho”. Desde la antiguedad existió la noción de que el caos se evita cuando todos los ciudadanos tienen las mismas obligaciones y derechos.
Si a cada miembro de la sociedad se le da la potestad de regirse por su propia ley y de erigirse en su propio juez, la república llegará a su fin. Si ocurre aquello, la sociedad estará organizada en torno a una no república (para usar el poco feliz término acuñado por el Presidente ecuatoriano).
La no república es incapaz de ofrecer una existencia organizada y armoniosa a sus ciudadanos; la no república es la imposibilidad de que sus miembros abracen una serie de valores comunes; la no república es el fracaso del imperio de la ley.
El caos que hemos vivido estos días a causa de la Ley del Agua es un ejemplo más de la no república que se terminó de consolidar con la Constitución redactada por el Ejecutivo. Al crear un ‘Estado de derechos’ se vulneró el principio igualdad ante la ley que articula a las repúblicas.
Hoy son los indígenas quienes protestan. Mañana serán las mujeres, los adolescentes, los ingenieros civiles o los fanáticos del fútbol’ Todos querrán su propia ley y sus propios jueces. Bienvenidos a la no república.