Hay una epidemia de síntomas extraños, tales como, pensar siempre que nunca hay nada y, peor aún, estar seguros de que nunca saben nada. Aclaro que, en este caso, no aplica la famosa frase: “Solo sé que nada sé”. Para comprobarlo entren a un local comercial o institución pública, y de la manera más educada y civilizada, hagan una pregunta cualquiera que tenga que ver con ese lugar. La clásica respuesta no es difícil imaginar, es rápida, no requiere ninguna inteligencia peor, esfuerzo alguno. La respuesta que nos dan a diario en tiendas y almacenes, puestos de información, bancos, ministerios y otras instituciones además de incluir a la policía es obvia: “No hay”. Si la pregunta en cuestión es realmente complicada -lo digo sarcásticamente- la automática y categórica respuesta es: “No sé.”
Por escrito, es difícil transmitir el tono, la mirada y los mensajes corporales. Estas frases vienen acompañadas de una mirada que sale de ojos entrecerrados dejando adivinar una mirada perdida, es decir, que no enfoca a la persona que hizo la pregunta, sino la traspasa, intentando seguramente llegar al infinito y obliga al sujeto educado y civilizado que sólo intentaba informarse a sentirse transparente como el aire que lo rodea. A todo este proceso, hay que añadir un movimiento que se ha convertido casi en una tradición: los hombros suben y bajan rápidamente, dando a entender de que poco les importa la pregunta y menos proporcionar una respuesta, solución o dirección válidas.
Lo más increíble es que estas respuestas se brindan también a los posibles compradores de una caja de fósforos o de una vajilla completa. Son preguntas que pueden significar una venta de pocos dólares o de muchos, pero que si no es el dueño quien atiende el local, la venta se perderá. En cambio, en muchas instituciones privadas y gubernamentales, como es imposible que los “propietarios” estén presentes, la epidemia de ignorancia y cerebros vacíos de información es mucho mayor. El quemeimportismo aumenta y los pobres clientes por siempre quedarán perdidos.
Por desgracia, esta costumbre de aplicar el menor esfuerzo posible hasta en la respuesta a fáciles preguntas se ha convertido, me temo, en la propia realidad. Sufrimos, cuando de política se trata, de demasiados no sé y no hay, reflejándose en los hombros alzados y las miradas perdidas, un serio problema que no ayuda a que el Ecuador encuentre su camino. El quemeimportismo en su máxima expresión se nota en la quietud del pueblo cuando el país está tan enfermo como ellos, y permiten que los hechos se sucedan sin control alguno, pensando siempre que igual no habrá solución, ni sabrán como lograrla.