La primavera árabe no acaba de florecer. El fin de las tiranías militares del norte de África –Túnez, Libia, Egipto– no dio paso a una era de gobiernos democráticos como sucediera al desaparecer la URSS o en Alemania, Italia y Japón tras la Segunda Guerra Mundial.
El asesinato del embajador Stevens y otros tres funcionarios norteamericanos fue un espectáculo horrible, especialmente después de que Washington se empeñara en liberar a Libia de la dictadura de Gadafi junto a una coalición de países de la OTAN.
El presidente Obama reconoció públicamente que el Egipto post Mubarak no es un país aliado, aunque tampoco es una nación enemiga. (Espere un poco, Presidente, todo se andará). Afganistán e Iraq tampoco se han transformado en democracias funcionales naturalmente pro-occidentales, pese a la presencia del Ejército americano y la inversión multimillonaria. Sencillamente el plan de nation building no funciona. El objetivo de inducir entre los árabes, desde fuera de la sociedad, el modelo de Estado conocido como “democracia liberal”, fracasó.
¿Por qué? Porque la democracia liberal es mucho más que un diseño institucional. Los norteamericanos suponen que es el resultado de poseer un cierto tipo de Constitución, poderes limitados y economía de mercado, elementos fácilmente reproducibles, pero ignoran el factor que sustenta a ese andamiaje formal: los valores de la tribu.
Si EE.UU., a fines del siglo XVIII, inventó el mundo moderno, no fue por suscribir las ideas del británico John Locke, sino porque la mayoría de su sociedad aceptaba como buena la noción de la tolerancia, la supremacía de los derechos individuales y la importancia de tener un gobierno de reglas imparciales y no de hombres. La grandeza de la democracia liberal radica en el valor supremo asignado a la tolerancia, definida como la aceptación de los derechos del otro a existir y manifestarse, aunque nos repugne.
¿Dónde está en las sociedades árabes ese espíritu de tolerancia si las personas nacen y crecen repitiendo que Alá es el único Dios, Mahoma su único profeta, y la gran tarea de los islamistas es la conquista del mundo para ese credo religioso? ¿Dónde están los valores de la tolerancia y la humilde aceptación del otro, del diferente, en un plano de igualdad?
Es verdad que durante siglos las tres grandes religiones monoteístas fueron intolerantes y brutales con quienes no pertenecían al círculo de sus creyentes, pero los valores de judíos y cristianos, en general, quizás como consecuencia de guerras espantosas, evolucionaron hacia la tolerancia y la aceptación, mientras el islamismo permanece anclado en la vieja ortodoxia excluyente.