Te despiertas el 1 de enero contento, porque este año has decidido convertirte al correísmo. Vas a entregarte a la comodidad que supone estar del lado del que decide, del que tiene el poder y la chequera. Te dispones, dichoso, a “dejar la amargura”, pero una y otra vez te boicotean la ilusión. No dan chance.
Pasas buena parte de ese primer día del año sobre unas vías de película y naturalmente piensas en las obras públicas que ha realizado el Gobierno durante este auge petrolero.
Te emocionas porque sientes que ya estás volviéndote correísta, hasta que el Presidente, tu Presidente, rompe el silencio electoral, sin importarle lo que dispone la autoridad.
Encima, durante esos mismos días, la Supercom monta un circo en torno a una caricatura y obliga a El Universo a pagar USD 93 919 por no haberla censurado. El abuso no es lo tuyo y te decepcionas.
En eso vas a que te pongan una vacuna en un centro de salud público. Te atienden inmediatamente y de buena manera. Recuerdas el buen servicio que también recibiste cuando fuiste a sacar la cédula y la licencia, y recobras la ilusión.
Pero justo se emite la boleta de encarcelamiento del asambleísta Jiménez, a quien se lo enjuició sin que se levantara su inmunidad. Al rato el Gobierno decide que no se acatarán las medidas cautelares. Y de nuevo flaquean tus ganas de ser correísta.
Te pones a pensar en las obras públicas, que son las que te salvan cuando te da una crisis de fe. Pero esas lindas imágenes se desvanecen apenas escuchas a tu Presidente -quien siempre había asegurado que la autoridad suprema la ejerce el pueblo a través del voto- oponerse a la consulta sobre la explotación en el Yasuní.
Luego el rol del CNE es como verle a tu pareja borracha vomitando en la mitad de una fiesta. Para no desenamorarte del todo, prefieres dirigir la vista a otro lado.
Tratas de consolarte pensando que en el fondo tu Presidente sí es un demócrata. Incluso puedes imaginarlo diciendo: “Primero ganen las elecciones”. Acto seguido ves cómo, después de que los candidatos de la oposición ganaran las elecciones en las principales ciudades del país, él impulsa una ley para quitarles competencias.
No sabes de dónde sacas fuerzas para insistir en tu propósito y te acuerdas del trabajo en favor de los discapacitados. Pero cometes el error de abrir diario Hoy el sábado pasado y leer la columna de Daniela Salazar sobre cómo la Fiscalía acusa de sabotaje a tres ciudadanas que le gritaron cosas inapropiadas al ministro Serrano.
Te frotas los ojos. Vuelves a leer. Sí, dice sabotaje. En otra página te enteras de que dos veedores del caso Gran Hermano fueron sentenciados a prisión.
Agachas la cabeza. Pones las manos sobre la cara. Y aceptas que no hay caso, que las arbitrariedades superaron tu perseverancia, que en este país no dan chance ni de hacerse correísta.