Para los cristianos hoy es el día de la Pascua del Señor, el triunfo de Jesús sobre el pecado, el mal y la muerte. Es un buen día para recordar al padre Francis Van der Lugt, un jesuita de 75 años que llevaba casi medio siglo viviendo en la ciudad siria de Homs. El padre Francis se negó a abandonar la ciudad, solidario hasta el final con la suerte de su pueblo, martirizado por la guerra, hambriento de pan y de esperanza.
“Murió como un hombre de paz, con gran coraje y en una situación extremadamente difícil y peligrosa quiso mantenerse fiel al pueblo sirio, al que se había dedicado durante tantos años de servicio”. Así lo lloró el Vaticano nada más conocer la noticia. Y es que donde muere el pueblo mueren con él sus pastores.
A lo largo de esta Semana Santa he repasado con emoción en las palabras del padre Francis que alguien (ni siquiera sé quién es) me ha hecho llegar por medio de Internet: “La gente camina errante y gritando por las calles”. “Estamos hambrientos, necesitamos comida”. “El pueblo sufre y yo tengo que compartir su dolor”. “Soy el único sacerdote y el único extranjero que ha permanecido aquí. Pero no me siento como un extraño, sino como un árabe entre los árabes”.
La historia del padre Francis me ha recordado las dos sugerencias sarcásticas de los que pasaban a los pies de la cruz de Jesús: si eres el Hijo de Dios, “sálvate a ti mismo” y “bájate de la cruz”. La actitud de Francis contrasta con la de la mayoría de los humanos. Y es que nuestra reacción ante el sufrimiento consiste, generalmente, en salvar el propio pellejo, sorteando todo lo que en la vida nos puede hacer sufrir… ¿Será Dios también como nosotros? ¿Alguien que sólo piensa en sí mismo y en su felicidad? Francis nos recuerda que no, que el Dios de Jesucristo es el Dios que permanece fiel cuando todo el mundo se desentiende y escapa.
Mi oración de estos días ha sido esta: “No te bajes de la cruz, no nos dejes solos en nuestro dolor. Si tú huyes, ¿quién nos podrá entender?, ¿en quién podrán esperar los torturados de tantas cárceles secretas?… Ante el dolor son muchos los que le gritan a Dios. Quizá se olvidan de que la pasión del hombre es la pasión de Cristo. Esta fe cristiana de la Cruz entre las cruces cambia muchas cosas.
A Dios le duele la muerte del padre Francis, el hambre de los niños de Etiopía, la humillación de tantas mujeres amenazadas y violentadas, la angustia de los que sufren abusos e injusticias. Y este dolor de Dios es la causa de nuestra esperanza. Porque ni la muerte de Francis ni la de ninguno tiene la última palabra.
La película ‘De hombres y de dioses’ (¿recuerdan a los ocho trapenses asesinados en las faldas del monte Atlas, en Argelia?) ponía ante nuestros ojos el mismo dolor y la misma esperanza.
Francis no ha sido el primero ni será el último de los discípulos capaz de amar al hermano más que a la propia vida. Esta es la verdad del cristianismo.