La solidaridad manifestada caudalosa e irrestrictamente en todo el país emociona y compromete. No cesan las acciones, espontáneas unas y organizadas otras, la donación de víveres, mantas, agua y vestuario. Se organiza más su distribución y se superan los inconvenientes, improvisación y disputas que se presentan siempre en estos casos, más si se buscan protagonismo y réditos políticos.
También funciona el operativo para albergar a las personas que perdieron sus viviendas, propias o no, que han sido destruidas en proporciones mayores. Varias entidades, públicas y privadas, están activando programas de construcción de viviendas que puedan servir a ese propósito.
Los recursos que el Gobierno obtiene por donaciones y los de la ley que se discute en la Asamblea, y que espera recaudar más de USD 1 000 millones, servirán para reparar la infraestructura dañada, carreteras, agua potable, alcantarillado, energía eléctrica. En general, la reconstrucción está en marcha.
Pero, ¿y los niños del terremoto? Los que perdieron a sus padres, sus hermanos, sus abuelos. Los que están viviendo en la calle o en carpas provisionales e insuficientes ubicadas en cualquier sitio. Los que se quedaron sin escuela adonde ir. Los que ya no pueden acompañar a sus padres a realizar la pesca o la venta de sus productos, porque ya no la realizan. Los que están solos, definitivamente solos. Los que se enfrentan a una realidad nueva, desconocida y tormentosa.
¿Qué estamos haciendo frente a su comportamiento distinto? ¿Sabemos qué hacer para ayudarles a que se sientan mejor? Para superar el inevitable trauma hay que ayudarles a que hablen acerca de lo que pasó, que sepan que es normal sentirse como ellos se sienten después de lo que pasó.
¿Estamos abrazando a los niños para que se sientan seguros? Ellos necesitan mucho cariño, sentirse protegidos. Y para ayudar a los niños es necesario que los adultos estén conscientes de su propia situación, y estén capacitados para hacerlo.
En el empeño de solidaridad ejemplar que existe, Mónica Varea, de Rayuela, y Alegría Crespo, de Eduquemos con alegría, tienen un cuento que fue escrito para ayudar a los niños que han vivido la experiencia traumática de un terremoto. Se llama Trinka y Juan. Fue elaborado por un equipo multidisciplinario y su traducción y adaptación al español fue hecha por especialistas en manejo emocional, en la que participó la ecuatoriana Carmen Rosa Noroña. Cuenta con el aval del National Child Traumatic Stress. Fue utilizado con éxito en el devastador terremoto de Chile.
Hay que imprimir el libro, lo que requiere recursos. Luego serán psicólogos y maestros los que lo difundirán, con los padres y los profesores, en las zonas de desastre, en las que hay 250 000 niños, de los que 120 000 son escolares.
Hay que ayudarles en su empeño que busca ayudar a los niños. A los niños del terremoto. Hay como hacerlo escribiendo a Monica.varea@rayuela.ec