Ni Cuba ni Venezuela

El Ecuador no es Cuba, tampoco Venezuela. Aunque en el nacimiento republicano las tres naciones compartimos gestas libertadoras similares e incluso tuvimos héroes comunes que más tarde inspiraron a quienes lucharon por la independencia de la isla caribeña (la última de las colonias de España en América), nuestra historia posterior no ha sido la misma ni se ha acercado siquiera a esa realidad opresiva y dramática en la que esos pueblos han vivido los últimos tiempos.

No sé en qué momento ciertos trasnochados imaginaron que nos podían arrastrar a la pesadilla de vivir en un territorio convertido en prisión para sus ciudadanos, condenados a subsistir con una cartilla que apenas alcanza para las dos primeras semanas del mes, privados de la posibilidad de hablar con libertad, de disentir ideológicamente, de elegir a sus gobernantes en lides justas, plurales y equitativas, de cuestionar las acciones de sus mandatarios. No sé quién quisiera obligarse a delatar a su gente por pensar de forma distinta, o verse sometido a la perversa vigilancia gubernamental cada instante de su vida.

No sé en qué momento los ideólogos de coñac y champán soñaron con importar a nuestro país una revolución que hasta el primer día de 1959 fue una verdadera proeza de los rebeldes que derrocaron al gobierno del tirano Fulgencio Batista, una odisea idealista que perseguía la independencia y la libertad de una nación que siempre vivió bajo el yugo del colonialismo, pero que no tardó sino unas horas en convertirse en una dictadura más sanguinaria que la que habían derrocado, y a la que le tomó poco cerrar sus fronteras, silenciar a su gente.

No comprendo en qué pérfida pesadilla cabe la posibilidad de llegar al estado catastrófico que se encuentra Venezuela actualmente. Qué clase de desvarío hay que padecer para aplaudir el despotismo y la violencia de Maduro y sus fuerzas de choque, para apoyar sus intenciones totalitarias, para pretender emular su modelo que no es otra cosa que el fracaso más palpable y estrepitoso del socialismo del siglo XXI. En qué mente retorcida puede habitar el anhelo de ver a sus compatriotas muriendo de hambre escarbando en la basura, convertidos en menesterosos ambulantes, desprovistos por completo de voluntad, de dignidad, de la fuerza de su voz para gritar. No comprendo qué tipo de iletrado podría exponer a su país, a su propia gente, a los niveles de miseria, confrontación y descomposición social más elevados del continente. A qué despistado le interesaría copiar un modelo económico que tiene la inflación más alta del mundo, los índices de corrupción descontrolados, una escasez incontenible y un pueblo desgajado por la angustia.

No, el Ecuador jamás será Cuba, jamás será Venezuela. El Ecuador es un país de gente pacífica pero también rebelde, de gente que repudia y combate la opresión y la tiranía, de gente que ama la libertad y está dispuesta a morir por ella.

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