¿Era necesario?

No, no era necesario. No hacía falta acaparar todos los poderes del Estado, asirse de las instituciones de control, manejar el tinglado de la justicia, maniatar la asamblea y enlazar todos los hilos de poder, para sacar adelante a este país.

Cuando los años pasen, las pasiones se apacigüen, y los puntos de vista enconados cedan en compromisos intermedios y negociados, quizás se vea que toda esta crispación en torno a una persona, estuvo demás. Entonces se juzgará que el legado de este Gobierno, que bien pudo ser uno de los grandes de la historia de este país, se manchó en el camino, por un cálculo equivocado, de que si no se tomaba el control sobre el país entero, este barco no saldría adelante.

Muchos de los afines al Gobierno afirman, que esta, la línea dura de confrontación y concentración, era la única posible para el desarrollismo en marcha. Que si la autoridad principal no inspiraba un temor reverencial entre los ciudadanos, que si no se controlaba al Legislativo a punta de amenazas de vida o muerte, que si no se ponía lugartenientes en las molestosas e inservibles instituciones de la democracia liberal, estas se hubieran confabulado en contra y hubieran impedido los cambios.

Desde esta visión, el desarrollo se alcanza por la vía autoritaria, y muchos de los países, que hoy vemos como casos exitosos de crecimiento económico, tenían que pasar por procesos de ese tipo -semidictatoriales y dictatoriales- que despejaron el camino de la protesta y el estancamiento.

Argumentar una cosa así, significa defender el desarrollo económico de Chile, justificando las violaciones de derechos humanos de la dictadura pinochetista, o aceptar los abusos del fujimorato, como condición necesaria para el relativo desarrollo del Perú de hoy.

Pero el quid del asunto es que Correa ni siquiera necesitaba de toda la parafernalia autoritaria para cambiar a este país; su talento, liderazgo y llegada eran suficientes.

De hecho, es un líder con cualidades personales casi excepcionales, que no requería trastocar el manejo del Estado y ponerlo a su orden para avanzar su proyecto, pues tan solo su conducción hubiera bastado para movilizar al Ecuador.

Su legado principal que es la modernización de infraestructura y el impulso y ampliación de las políticas sociales, hubiera quedado casi impoluto, si no hubiera manoseado cuanta institución existe.

Por eso el Gobierno hoy, lleva el veneno de su propia degeneración. Veneno que surge del poder desmedido que es incapaz de contener la corrupción en sus entrañas, veneno que distorsiona la realidad y le hace justificar atropellos.

La adopción del modelo de concentración de poder, será costosa y se mirará innecesaria a la luz del juicio que la historia verterá sobre el período correísta.

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