Está a la vista un nuevo período de fiestas. Se inicia por la Fundación de Quito. Se advierte que quieren levantar entusiasmo utilizando las chivas, ocupadas por alegres jóvenes y con música de fiesta. A continuación, vienen desfiles, bailes y celebraciones de diverso orden.
El golpeado ánimo de los ciudadanos por la crisis económica no responde como antaño.
En pocos días estaremos pronunciando la frase “Que tenga una feliz Navidad”. Aquí viene la pregunta: ¿Para todos, o únicamente para personas que disfrutan de economía holgada, de ingresos fijos y de comodidades?
Se acerca el capítulo de los obsequios. La costumbre de dar uno al amigo comenzó hace unos 65 años, en los recintos burocráticos. Más tarde, inventaron ‘el amigo secreto’.
Las empresas disfrutaban de situación económica boyante. Y a tono con esas posibilidades, ofrecían cenas, entregaban buenos regalos a sus empleados; y, hacia afuera, las añoradas canastas navideñas que contenían una botella de whisky, una de vino, un pavo, galletas y golosinas.
Aquellos tiempos de la buena economía terminaron, con mayor énfasis hace 15 años, cuando el Ecuador, en manos de sus políticos de turno, se vio forzado a cambiar 25 000 sucres por cada dólar. La mayor parte de ecuatorianos quedamos quebrados.
Terminó la era de las canastas navideñas y estas se redujeron a una tarjeta. Con el progreso tecnológico, ya no hay ni tarjeta, sino un saludo a través de Internet.
Hay una clase de ecuatorianos afortunados que pueden tener una feliz Navidad con sus propios medios. Otra, que también puede tenerla si sus miembros calaron en la burocracia dorada, con sueldos de 5 000 dólares promedio, más otros ingresos. Para ellos, es realidad el sumak kawsay.
El resto de ecuatorianos está con menores posibilidades económicas. Y los que no tienen empleo, con ninguna. Es el resultado del país manejado por políticos modernos y revolucionarios.
Los de ayer y los de hoy utilizan un mismo lenguaje electoral: servir a los pobres, a los desheredados de la fortuna, a los menos favorecidos, a los indigentes. Eso repiten los de derecha, de centro, de izquierda, los revolucionarios y todos aquellos que buscan el poder político.
¿Se podrá desear, sinceramente, feliz Navidad a quienes no tienen trabajo? ¿A aquellos cuyos hijos no pueden acceder a la universidad; ni tampoco avizoran alguna ocupación rentable más o menos cercana?
Debemos aprender a vivir un nuevo tiempo con pobreza y limitaciones.
A los únicos que cabe desear tal Navidad feliz es a los burócratas dorados; y, en particular, a los miembros del Ministerio de la Felicidad.
El pueblo está lejano a las convocatorias. Si el voto no fuera obligatorio, sufragarían muy pocos. Hay escasa fe en el pueblo y también limitada esperanza. Atención, señores políticos: el Cotopaxi está lanzando humo. ¡Cuidado!
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