Columnista invitado
Hay síntomas inocultables de debilidad en el oficialismo. Y de temor. Equívocos, torpezas y rectificaciones de última hora se presentan cada vez con más frecuencia.
Desde que se acabó la bonanza petrolera, las ineptitudes de todo tipo se han multiplicado como hongos. Hasta la publicidad, que constituyó el frente más sólido y eficaz del Régimen, empieza a mostrar sus deficiencias. Es que hay productos francamente invendibles, como la vertiginosa desfinanciación del IESS o los despidos masivos en el sector público.
En economía, el Gobierno ha optado por un acto de contrición frene al mercado y a las viejas políticas de ajuste. El más conspicuo de los neoliberales ecuatorianos, Alberto Dahik, ha sido ascendido al nivel de gurú del correísmo. ¡Primero el neoliberalismo antes que la ingobernabilidad!, pregonan en la sombra los ineptos economistas del Régimen.
En política –y más allá de que pueda tratarse de una nueva artimaña electorera–, el último remiendo a la enmienda de la reelección indefinida refleja una profunda inseguridad. Y por dos puntas.
En primer lugar, hay miedo a la indignación ciudadana y a las protestas populares anunciadas para las próximas semanas; en segundo lugar, existe aprensión ante la posibilidad de que el desgaste de Alianza País durante el próximo año se acentúe. Que llegue a ser irreversible, catastrófico. Ya lo anticipó el Presidente cuando insinuó la eventualidad de que la mayoría legislativa en el próximo período caiga en manos de la oposición. Entonces, mejor curarse en salud.
Más patético todavía luce el viraje de Correa en el caso del juicio por crímenes de lesa humanidad instaurado en contra de un grupo de oficiales de las Fuerzas Armadas. Luego de años de una vocinglería desafiante en favor de la defensa de los derechos humanos, al primer gruñido militar, el Presidente se echó atrás. Como dicen los mexicanos, se arrugó. Y de paso se alineó con aquellos sectores que quieren tapar uno de los episodios más vergonzosos de nuestra historia.
La promoción oficial de la candidatura de Lenin Moreno complementa este concierto de incoherencias. Admitiendo que la carta del ex-Vicepresidente hecha pública por el canciller Patiño es legítima, debemos suponer que la reprimenda que le pegaron a inicios de año, cuando cuestionó la reelección indefinida, ha quedado archivada en el desván de los resentimientos. Hoy que cuenta con la venia del jefe, todo ha cambiado.
¿Está consciente Lenin Moreno de la ingrata misión que le encomendarían sus coidearios de aprobarse el remiendo? Porque hacerse cargo de un barco que puede empezar a hacer aguas en los próximos tiempos no resulta nada gratificante. A no ser que Moreno quiera asumir el heroico papel del capitán que se hunde con su nave. O, menos virtuoso aún, que termine de candidato candidote.