Los demonios de la violencia del narcotráfico se muestran en Ecuador y andarán sueltos quizás por largo tiempo. Se requiere del gobierno mucho más que declaraciones bien intencionadas, golpes sobre la mesa y promesas.
Vecinos como Colombia y México vienen lidiando desde hace décadas con esta violencia de grupos sin dios ni ley. Hay que poner atención en lo que han hecho para no repetir errores.
Entre tanta corrupción, arrogancia y tontería del correato, anidaron en la frontera norte, y parece que también en otras zonas, grupos armados al servicio del narcotráfico. Rafael Correa tendrá que dar algún momento cuentas ante la ley por eso, así como por todos los daños que hizo al país en múltiples frentes. Ante la historia, ya es culpable.
Lanzar y con ruido una ofensiva policial y militar para recuperar territorios dominados por los delincuentes, no siempre resulta. Tampoco eso de alzar la voz, advertir y amenazar. El trabajo silencioso de inteligencia, la acción social progresiva y la construcción de liderazgos locales, suelen ser buenos antídotos.
El ejemplo mexicano es elocuente. Entre 2006, cuando el gobierno del entonces presidente Felipe Calderón declaró la guerra a las fuerzas mafiosas, y el año pasado, con Enrique Peña al mando, las víctimas de tal estrategia suman la escalofriante cifra de 235.000 muertos y más de 30.000 desaparecidos.
Lo de Colombia también resulta aleccionador. Los cultivos de coca y el narcotráfico no dan tregua a pesar de los acuerdos de paz con las FARC, mientras los crímenes vinculados a los carteles de la droga arrecian.
Arruga el alma atestiguar el secuestro de los colaboradores de El COMERCIO. Verlos encadenados indigna. Sus captores se dicen disidentes de una guerrilla que hace décadas derivó a gavilla de delincuentes.
Ceder antes sus demandas, sería una derrota de la ley y el Estado.
Los ataques a militares, el secuestro, la extorsión y las bombas, indican el ingreso del Ecuador a una etapa desconocida, de la que, lastimosamente, es difícil salir. Las detenciones de unos líderes no detiene el mal, solo da paso a que otros asuman sus tareas. Espero equivocarme.
El gobierno de Lenín Moreno tiene ya muchos frentes abiertos y el de la violencia del narco es uno de los peores. Enfrentarlo requiere sumar a los actores políticos y sociales, pero sobre todo un trabajo sin estridencia con expertos en inteligencia, intervención policial y acción social.
No hay, reconozcámoslo, una receta infalible contra la violencia del narco y la ola de miedo y corrupción que conlleva. Solo la inteligencia, el uso quirúrgico de la fuerza y una intervención social de largo aliento, dibujarán una luz al final del túnel.