El conocido actor Gérard Depardieu, quien ganó una merecida reputación en el mundo del cine y de la cultura, está inmerso en un caso que vale la pena examinar.
Protagonista de películas tan hermosas como ‘Cyrano de Bergerac’, Depardieu logró que sus extraordinarias dotes artísticas le permitieran superar con creces el impacto de una nariz colosal, una frente estrecha, ojos melancólicos y asimétricos, cabello desordenado, contextura grasa y mentón prominente.
Como uno de los actores mejor pagados, Depardieu -pobre de nacimiento- se convirtió en uno de los grandes ricos de Francia. Ha pagado al Fisco francés algo más de 150 millones de euros.
El drama -o tragicomedia- comenzó porque el código fiscal francés fue reformado para aumentar los impuestos a las personas más ricas, como parte de las medidas para hacer frente a la crisis económica que vive Europa. La nueva carga es grande -85% de los ingresos- pero no hay que olvidar que solo se aplicará a auténticos millonarios.
Depardieu consideró excesiva la reforma y resolvió tomar residencia en Bélgica, en donde la presión fiscal es bastante menor. Su decisión fue motivada, no por un súbitamente descubierto amor por Bélgica ni por haber perdido el vínculo patriótico con Francia: simplemente quería pagar menos al Fisco y quedarse con mayores ingresos para su disfrute personal.
Las críticas no se hicieron esperar. La opinión pública censuró su decisión, que el Primer Ministro francés calificó de “minable” -lamentable, miserable, sórdida- a lo que el dolido Depardieu reaccionó anunciando que renunciaría a ser francés y buscaría la nacionalidad belga.
Desde el lejano Kremlin, el nuevo zar de todas las Rusias resolvió, en un dramático golpe de efectos teatrales, subir al escenario: anunció que “aceptaría el pedido” de Depardieu y le otorgaría la nacionalidad rusa, lo que ocurrió poco después. Emocionado y agradecido, Depardieu elogió a Putín y “a la gran democracia rusa”. Bélgica, que había recibido con beneplácito el pedido inicial de Depardieu, frunce ahora el ceño y afirma que sería difícil aceptarlo, por provenir de “un ciudadano ruso”.
En todo este embrollo, ¿en qué quedan los sentimientos sagrados de amor y lealtad a la patria? ¿Cuál es el significado del vínculo conocido como “nacionalidad”? Depardieu, actual ruso, improbable belga, ex francés, seguirá siendo un actor de dotes extraordinarias, pero, como ser humano, habrá ciertamente degradado su civismo subordinándolo a intereses económicos.
¿Se parece este caso al de otorgar la nacionalidad a buenos deportistas para ganar una clasificación? En el fondo, son lo mismo y denotan una crisis de los valores que hacen de un hombre un ciudadano y de un ciudadano un patriota.