Hay locos. Los hay, en las Américas, Europa y, no se diga, los demás continentes. Buscan construir muros, que los encierra más de lo que afecta el ingreso de soñadores en búsqueda de bienestar, en definitiva, de un futuro distinto al que pueden ver. Pensar que, históricamente, cuando un muro, una división, algo que corta el flujo natural de las corrientes, cae, lo que llega es un festejo. Festejo que se basa en un cambio positivo que abre puertas al desarrollo. El pasado demuestra que, así como fluye el agua, hay comunidades enteras mundiales que han migrado, fluido, hacia mejores derroteros. Será el futuro el que pruebe lo ilógico de montar muros, pequeños o gigantes, desmontables o permanentes, que prueban locura al pretender cortar el flujo mismo de la historia. Dementes, del todo, aquellos que auto construyen inmensos muros a su derredor, bloqueando su mirada al más allá. Encerrándose, voluntaria y ciegamente, ante las verdades tan grandes como visible es la Gran Muralla, cuya razón de existencia conocemos.
¿Suena ilógica la comparación? Para nada. Encerrarse en su propia vanidad es tan parecido a rodear de murallas inmensas e indestructibles un país. Sus propios límites geográficos, como si fueran ladrillos sellados con cemento y, que su gente, sufra las consecuencias de la inmensa obstinación y ceguera. La ceguera o, por defecto, ego e interés personal, convertidos en un arma mata sueños y esperanzas sin discriminar, gracias, a la famosa revolución. Habrán sido diez años de revolución para sus economías personales, tan revolucionarias que no entienden aún cómo pudieron llegar a tanta prepotencia; prepotencia, que los lleva a proteger sus riquezas personales, obviamente, tras murallas que, ni vergüenza, les causa. Murallas imaginarias, murallas físicas y todas, sin excepción, traen los mismos efectos: vivir irrealmente.
Construir un muro gigante a lo largo de una frontera, irreal, porque, es simplemente imposible de acuerdo a la topografía y, por lo tanto, tan válido como negar que el tiempo cambió y que ya la revolución no es mayoría; negando inclusive, la irreal realidad matemática de que ya no son sino, quizá, el cuarenta por ciento de una población. Atrevimiento de quienes no aceptan la realidad. Desde el punto de vista del pueblo, del que vive y siente en su propia carne y hueso, de la mayoría cantante, que valiente y decidida, luchadora y, que no desmayará, una mentira más, proyectada a su antojo, sin respeto alguno porque se creen los mandantes, cuando son sólo mandatarios de quienes ya han soportado suficiente.
Será consciencia, la que les llevará, a todos los amurallados, hablen inglés, español, francés o cualquier otro idioma, con egoísmo y sin consciencia a una auto caída, apresados por su propia avaricia, su vanidoso ego y una persecución interna tan grande, que nunca más conciliarán su sueño. Allá su decisión. El pueblo, aquí y allá, busca la verdad y quiere un futuro en paz. Quiere heredar, en español inglés o francés, la posibilidad de ver para adelante, libertad, honestidad y realidad a las generaciones venideras.