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La fiebre de construir muros entre países parece que ha sido contagiosa. Emulando al Sr. Trump el gobierno nacional, en la época del presidente Correa, no tuvo mejor idea que iniciar el levantamiento de un muro en el sector del canal de Zarumilla, fronterizo con el Perú, separando los pueblos de Huaquillas y Aguas Verdes y sus zonas de influencia.
La intención positiva es construir un parque lineal a orillas del canal para adecentar el lugar, pero la institución responsable no tuvo mejor ocurrencia que construir, sin consultar ni coordinar con el vecino, un muro de concreto que según el sector se eleva a 3.5 metros y se extiende por 580 metros.
Es decir que a una propuesta de mejorar una zona propensa a la insalubridad se le añadió una monumental torpeza: un muro. Se ha dicho que la obra evitará el desborde del canal en invierno pero lo que no se ha tenido presente es que un muro no hará sino separar a dos pueblos.
Cuando en 1998 Ecuador y Perú firmaron los Acuerdos de Paz, incluyeron temas como integración fronteriza, comercio, seguridad. Para el caso del canal de Zarumilla fijaron mecanismos específicos de administración y mantenimiento compartido por su condición de línea de frontera. Es un sector de enorme vitalidad comercial y de relación humana binacional.
¿No habría sido más sencillo y, además necesario, que las autoridades de los dos países dialoguen y coordinen una obra que afecta el diario vivir de sus pobladores? El diálogo y la concertación están contemplados en los acuerdos binacionales.
El unilateral muro es un absurdo.
El problema hay que abordarlo como un proyecto binacional con pasos peatonales asentados en bases permanentes entre los dos países a fin de mantener la seguridad en época lluviosa, limpio el canal y sin afectar convivencia entre los habitantes de ambos lados.
Por lo demás, valen dos acotaciones. La primera: la exageración del Perú al hacer un incidente diplomático de un asunto que se puede resolver mediante el diálogo y la planificación técnica. Una nota de protesta es excesiva en el contexto de las excelentes relaciones que mantienen los dos países. La segunda: sorprende que quien responda al Perú no sea el Ministerio de Relaciones Exteriores del Ecuador sino una entidad técnica como el Miduvi. Parecería que los diez años de Correa desinstitucionalizaron tanto a la Cancillería que no ha sido ella la que respondiera sino una institución ajena a las relaciones internacionales. Mucho tendrá que hacer el nuevo gobierno para recuperar las atribuciones que le competen a la Cancillería.
Por lo pronto hay que detener la obra y planificarla en términos binacionales. Sin muros, con puentes…