Hace 25 años ocurrió el entierro simbólico del comunismo. Una muchedumbre corrió hacia el Muro de Berlín para demolerlo a martillazos. Era como si golpearan las cabezas de Marx, Lenin, Stalin, Honecker, Ceaucescu y demás responsables de la más larga dictadura padecida por el hombre. El libro negro del comunismo pasó balance del experimento. Nuestra especie abonó los paraísos proletarios con 100 millones de cadáveres.
Era predecible. En 1989 Gorbachov no pudo rescatar el marxismo-leninismo soviético. En Hungría, el Partido dirigido por el reformista Imre Pozsgay abría sus fronteras para que los alemanes de la RDA pasaran hacia Austria y de ahí a la Alemania Federal libre. En Checoslovaquia, Václav Havel y un puñado de intelectuales del Foro Cívico respondían a la barbarie de Gustáv Husák. Cinco meses antes de caer el Muro, los polacos, en las elecciones concebidas para arrinconar a Solidaridad y a Lech Walesa, la oposición ganaba 99 de los 100 escaños del Senado. Jaruzelski, que había tendido la trampa, cayó en ella.
¿Qué ocurría? Las dictaduras comunistas estaban ostensiblemente retrasadas con relación a Occidente. Bastaba comparar ambas Alemanias para confirmar la enorme superioridad del modelo de libremercado, propiedad privada y derechos humanos.
Del comunismo escapaban los que podían. Quienes se quedaban no creían, aunque aplaudieran. Por eso Boris Yeltsin pudo disolver el Partido Comunista soviético en 1991, con 20 millones de miembros, sin protestas. La realidad, no la CIA ni la OTAN derrotaron ese contraproducente modelo social. Me lo dijo Alexander Yakovlev, teórico de la perestroika, en su inmenso despacho moscovita, al preguntarle por qué se hundió el comunismo: “Porque no se adaptaba a la naturaleza humana”. Exacto.
¿Y los chinos? Les bastó observar a Taiwán, Hong Kong y Singapur. Eran los mismos chinos con diferente collar. Muerto Mao en 1976, la estructura de poder rehabilitó a Deng Xiaoping para comenzar la evasión del manicomio colectivista. Cuando el Muro berlinés cayó, los chinos llevaban una década cavando silenciosamente en busca de la puerta de escape hacia una incompleta prosperidad sin libertades.
¿Por qué sobrevivieron en Cuba y Norcorea? Porque eran dinastías militares centralizadas en un caudillo que controlaba Partido, Parlamento, jueces, militares, policías, más el 95% del miserable tejido económico y los medios informativos. Quien se movía no salía en la foto. O salía preso o muerto. El poder era una correa de transmisión del amado líder. Coros afinados para ahogar los gritos de la población.
Esta terquedad antihistórica tiene un altísimo costo. Cubanos y norcoreanos han perdido otro cuarto de siglo. Si esas dos tiranías comunistas hubieran iniciado entonces sus transiciones democráticas, Cuba estaría en el pelotón de avanzada de América Latina, sin balseros ni presos políticos, y Corea del Norte sería otro tigre asiático. Lamentablemente, los Castro y los Kim optaron por mantener el poder a cualquier costo. Sus muros continúan impasibles desafiando la razón y el signo delos tiempos.