Con ocasión del bicentenario se presenta en San Agustín una magna exposición de 11 grandes murales en cerámica que, por su arte, temática, originalidad, oportunidad de la exhibición y local donde se la presenta, ponen de relieve el nombre y la valía de Carmen Cadena, joven figura de la plástica nacional, recién graduada con lauros en la Universidad Central.
Con razón hemos celebrado los 200 años de la proclama augural del 10 de Agosto de 1809, pronto recordaremos la masacre del 2 de agosto de 1810, verdadero genocidio que liquidó en sangre el núcleo pionero de los que habrían sido nuestros primeros gobernantes, y también hemos declarado años de singular recordación los que continúan la gesta quiteña hasta 1812. Proseguirán por tanto los múltiples actos de celebración, y algunos sin duda merecerán la admiración por su magnificencia. Sin embargo, según expresan críticos de arte como Lenin Oña y Hernán Rodríguez Castelo, historiadores como Jorge Núñez y Enrique Ayala, escritoras de prestigio como Alicia Yánez Cossío, o líderes de la alta política como el ex presidente Rodrigo Borja, este conjunto de grandes murales en cerámica está llamado a ser la expresión cultural de más aliento no solo en estos años jubilares sino en toda época.
De los 11 murales, los cuatro primeros, cada uno con su drama y pasión, rostros de los alfas y ambiente circundante, recuerdan al hombre primigenio, la Conquista, la Colonia y la Ilustración; los cuatro siguientes: los próceres quiteños (Espejo, Morales, Ante, Salinas, Quiroga, Manuela Cañizares, etc.), la agostada de 1810, el 9 de octubre (Antepara, Olmedo, Villamil, etc.), el Libertador y la Libertadora; y los últimos, la manumisión de los esclavos, la alfarada y el actual mundo en crisis: culminación del mestizaje, derrumbe de los viejos valores y ‘búsqueda de un nuevo país más justo y equilibrado’.
El escenario escogido para presentar esta muestra, impresionante inclusive por el tamaño de cada mural es el claustro del convento de San Agustín, enriquecido ya por el arte y la historia: allí, la serie de grandes murales al óleo por Miguel de Santiago; las aulas de la antigua Universidad de San Fulgencio; la Sala Capitular donde el 16 de agosto de 1809 se reunieron los patriotas, diputados del pueblo, presididos por Juan Pío Montúfar y el obispo José Cuero y Caicedo; allí la cripta donde se depositaron los cadáveres de los asesinados el 10 de agosto de 1810 y, junto a esos claustros, la iglesia de San Agustín, con la venerada estatua del Señor de la Buena Esperanza, siempre tan requerido de milagros y tan visitado por los fieles que le invocan y le agradecen.
Al admirar esta exposición, que el público de Quito debe visitar, felicitamos a sus auspiciantes y, sobre todo, felicitamos a la joven artista que entra con alcurnia y elegancia estética en el codiciado campo de la fama.