Por ciclos en América Latina se vive auges moralistas, se quiere formar a la gente a portarse bien. En el XIX incluso se buscaba “civilizar” a la gente para tener un orden que no era el suyo. Como se importa instituciones e ideales, se quiere sean incorporados a mentes y prácticas de vida de todos. Nada simple, la realidad lleva a tener ideas, comportamientos y actitudes que no son los ideales importados. La lucha contra la corrupción por ejemplo, importó leyes y reglamentos que en otros sitios tienen impacto para frenarla, pero no aquí. Muchos prefieren confiar en un conocido para lograr un trámite; funcionario o gente de poder. Pues, la desigualdad social estableció que los derechos eran de unos y las obligaciones de otros; y que los protectores son útiles. Los cambios logrados no llegan a borrar todo esto. Así, cada cual se organiza para protegerse del sistema y termina destruyendo lo que una institución debería ser: aplicar la misma norma y procedimiento a todos y así todos vean en ello la protección real. Entonces, nos reconfortamos haciendo radicales sanciones y controles.
Por ciclos vivimos estos auges de “normalización” con fondo moralista, la sanción cumpliría la función de “domesticar” a los malos.
Ecuador está en este auge moralizador y muchos lo viven como una redención contra el desorden. Algunos electos actuales ven en leyes severas y multas exorbitantes la creación de su orden; pero los moralismos no duran. Al ser imposibles de cumplir, regresa el orden que practica la mayoría: el de las trampas y desigualdades.
No me percaté que salí en mi vehículo un día de pico y placa. Al policía le indico que cometí un error. En lugar de aplicar la norma, ofrece “ayudarme”; ante mi rechazo, insiste: “al ser la tercera vez, la multa le costará muchísimo, dé USD 50 para mi capitán”. Ejemplo de cómo la radicalidad primera del pico y placa dio paso a la corrupción, aprovecha de la sanción exorbitante para legitimarse, al ser “menos cara”. Esto acontece con las multas altas.
Los defensores de la multa alta, a pesar de su ineficacia, ponderan que por fin se pone orden y hay electos firmes. Pero esa firmeza arriba no hace la realidad abajo. Esto revela que la sociedad se vuelve postrada, prefiere esperanzarse en un jefe autoritario que le regale el orden, no quiere ver los hechos ni involucrarse en su lucha. El moralismo lleva a postrar la sociedad, se volverá a condenar al vecino y a soñar en el redentor -justiciero. En cambio, ejemplos de cambios en comportamientos y valores vienen de sanciones apropiadas que no son todas multas, de la educación pública, de ofrecer razones y comprensión de normas y ante todo de la sociedad organizada que crea nuevos límites de lo que conviene o no, de lo que da vergüenza hacer o para no quedarse uno fuera de la comunidad adhiere al nuevo comportamiento.