¿Ha muerto Locke?

De acuerdo: he buscado un título llamativo, amarillista y propio de la prensa corrupta, engendrada en el vientre de la partidocracia, para llamar su atención con un nuevo artículo dominical aburrido y tedioso. Hoy me refiero a si, en tiempos de populismo irrevocable, de estupefaciente publicidad estatal, de vigencia de lo colectivo (veedurías sociales, cooperativas, colectivos que no son buses), de democracia aparente y extrema, el liberalismo tiene alguna cabida. También hay que preguntarse si el liberalismo tiene alguna razón de ser en estos tiempos'

Y aquí, para que no me acusen de publicidad engañosa, viene la parte de John Locke (1632-1704). Este señor, que las imágenes de Internet muestran como un pelucón de verdad, aportó al pensamiento universal una de las instituciones básicas de la vida en democracia: el pacto social. Para Locke – esta idea fue desarrollada por otro británico, Hobbes, y destilada por un ginebrino, Rousseau- la base misma de la vida en comunidad es un acuerdo social tácito por el que las personas le entregamos ciertos derechos al Estado, para que el Estado los cuide, y nos reservamos otros. Los derechos que nos reservamos, y que el Estado no puede tocar, son los derechos más básicos: la vida, la dignidad, la honra y la propiedad privada, por ejemplo. En este punto entra en escena Juan Jacobo Rousseau (1712-1778): este filósofo combinó la noción del contrato social con la idea de la soberanía popular. Para este señor la gente tenía (tiene) derecho a autogobernarse bajo los parámetros de la racionalidad, y los gobiernos basados en la patente divina y en el poder absoluto (las monarquías ilimitadas, principalmente) son por definición ilegítimos. Cuando las sociedades crecieron la idea de Rousseau se volvió impracticable: alguien debe gobernar a nombre de la gente. Nació así la democracia representativa: cada cierto tiempo elegimos a alguien que gobierne por nosotros.

En mi opinión esta lógica sigue vigente y no ha encontrado opción democrática alguna. Esta lógica implica, adicionalmente, que el ejercicio del poder debe atenerse al respeto sobre los derechos que los ciudadanos nos hemos reservado. Aunque – hipotéticamente, por supuesto- la acumulación y el abuso del poder sean aprobados popularmente mediante encuestas o, incluso, refrendados de cuando en cuando en las urnas, el ejercicio del poder será casi necesariamente antidemocrático. Estaremos, palabras más, palabras menos, ante una dictadura popular (en teoría, claro). De modo que Locke, sus colegas y sus sucesores, inevitablemente viven. Aunque no aparezcan en las encuestas ni en las papeletas electorales.

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