El gobierno no es malo. Pero si lo usan y abusan, si lo exprimen y lo inflan, si lo convierten en una carga para la sociedad y si está casi dos veces más endeudado de lo permitido, entonces hay todas las razones para verlo como malo, malvado, destructivo y corrupto. Pero en realidad es bueno, al menos si se le da el tamaño y los contrapesos adecuados.
Pero mientras que Correa era presidente, hicieron todo lo necesario para desacreditar el concepto mismo de gobierno. Y eso es hasta cierto punto irónico porque ellos eran los grandes defensores de devolverle el “rol protagónico” al Estado, defendían una presencia del gobierno y sus regulaciones en todos los rincones de la vida de los ecuatorianos.
Quisieron controlar todo y hoy estamos agotados de tanta traba. Pusieron normas tan invasivas como prohibir el consumo de cerveza los domingos, como normar el número de horas que debe trabajar un veterinario en un camal, fijar las pensiones de los colegios, los nombres de las carreras de las universidades, las tasas de interés que deben cobrar los bancos o lo que un banco puede cobrarle cada vez que pide un recibo al retirar plata de un cajero.
Ellos, que creían saberlo todo, definieron que los colegios ya no podían tener trimestres sino quimestres y que tenían que tener unas vacaciones inconsultas en la mitad del segundo trimestre. Y que para mover un dólar desde el país hacia el exterior había que pagar un 5%.
Y decidieron hacer obras públicas. Carísimas todas, innecesarias algunas, con sobreprecio la gran mayoría. Obras que en lugar de traer “buen vivir”, trajeron a Odebrecht. Y para hacer tanta obra y para tanto los burócrata, necesitaban más plata de la que tenían. Así decidieron prevender ese petróleo a cualquier precio con tal de tener recursos para gastar en obras absurdas y burócratas innecesarios.
Y por eso, mientras la plata se iba en corrupción, nos endeudaron sin límite y hoy el gobierno es un lastre para la sociedad que algún día tendrá que pagar tanta deuda cara.
Por eso hoy nos parece que el Estado es malo, que deberíamos abolirlo, que debería desaparecer y que sin su carga seríamos una sociedad mejor. Manejaron tan mal el gobierno, que ahora es casi natural desear que desaparezca. Pero esa sería una pésima idea, porque el hecho de que un grupo de ineptos dogmáticos hayan manejado mal el gobierno no significa que todo gobierno sea malo. Un gobierno con contrapesos, jueces independientes, menos presidencialismo y más parlamento y, lo más importante, con unos medios de comunicación libres, sin leyes de comunicación ni superintendentes, un gobierno así sería mejor de lo que tenemos hoy y sería mucho mejor que la anarquía de no tener gobierno.