La muerte del hermano

Tras el asesinato de John F. Kennedy, su hermano Robert estaba inconsolable. Testimonios de aquella época cuentan que bajó de peso, que se encorvó notoriamente y que se sumió en una depresión profunda y oscura.

Decidió usar algunas prendas de vestir de su hermano muerto y fumar los puros que a él solían gustarle. También adoptó algunos gestos y formas de hablar del Presidente asesinado.

Robert era incapaz de contener las lágrimas cuando recordaba el asesinato de su hermano. En un viaje oficial a Filipinas lloró tras escuchar a unas niñas cantando una canción compuesta en su memoria y, en otra ocasión, derramó lágrimas cuando vio su foto en la oficina de uno de sus excolaboradores.

Robert agonizaba de dolor y también de culpa porque estaba convencido que él había causado aquella tragedia. Entre 1960 y 1963, la CIA intentó matar a Fidel Castro nada menos que ocho veces y Robert creía que el Régimen cubano había respondido de forma definitiva y contundente a aquellas agresiones.

Viéndolo tan desolado, Jackie Kennedy -la viuda del Presidente muerto- le regaló un libro para que Robert lo leyera durante una estadía campestre que tenía previsto hacer. Era 'El camino de los griegos', de Edith Hamilton.

La lectura de ese libro ligero y sin pretensiones académicas tuvo un poderoso efecto revitalizador sobre Robert y creo saber por qué: en sus páginas se explica que hace más de dos mil años los griegos vencieron pestes, invasiones y hambruna construyendo las mejores ideas: las que sirven para resistir las adversidades sin brutalizarse, cultivando el espíritu.

Por ejemplo, en aquel libro Heródoto habla sobre la importancia de entender la verdad de los hechos por encima de todo y Pericles sobre la necesidad de adaptarse a los cambios abruptos que impone la vida. Grandes dramaturgos como Esquilo y Eurípides explican que el sufrimiento bien asumido es fuente de dignidad y Sófocles reflexiona sobre la importancia de aceptar el destino, sin resignarse ni conformarse.

La propia autora resume todo aquello de la siguiente manera: "Cuando el mundo se ve azotado por tormentas (…) necesitamos conocer las recias fortalezas que los hombres han edificado a través de las edades".

Bobby -como solo sus íntimos amigos podían llamarle- conoció aquellas recias fortalezas humanas leyendo una y otra vez el libro de Hamilton. Durante años llevó consigo una copia cada vez más ajada y subrayada y no perdía oportunidad para leer en voz alta los pasajes que a él le parecían notables.

Al final de su calvario y, como un acto de reconciliación consigo mismo, Robert fue el primer hombre en escalar un pico en el Yukón canadiense -la montaña Kennedy- que el Gobierno de aquel país había nombrado en honor a su hermano desaparecido.

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