Recientes sucesos de tipo criminal, político y mediático ocurridos en el país nos obligan a plantear la necesidad de que los periodistas y los medios contemos con ideas claras y precisas sobre el morbo y el oficio.
¿Cómo se arma un ideario ético para evitar el sensacionalismo? Con reflexiones, dudas, deliberaciones, consensos, disensos y autocríticas.
Pero, sobre todo, con preguntas, con muchas preguntas.
1. ¿Cuán importante es para la sociedad el hecho que acaba de suceder?
2. ¿La noticia tiene relación con el bien común o el interés general?
3. ¿Voy a manejar con equilibrio, sensatez y serenidad la información para que no se convierta en un instrumento de escándalo, escarnio o morbo?
4. ¿Cuento con la investigación y la reportería suficientes como para realizar una nota precisa, digna y bien escrita?
5. ¿Seré capaz de contar con el equilibrio profesional y emocional suficiente para que en la información consten, en los mismos espacios y con los mismos derechos de exponer sus versiones, todos los protagonistas del hecho?
6. ¿Todo lo que escriba y publique será demostrable, comprobable, verificable, es decir, se basará en hechos concretos y no en suposiciones, subjetividades, prejuicios o emotividades primarias?
7. ¿Sobre qué escala de valores y principios personales, profesionales y editoriales priorizo los hechos que considero noticiables?
8. ¿Por qué sí o por qué no decido dar más o menos espacio a un hecho informativo que, si lo enfoco de manera imprecisa o exagerada, puede causar escándalo en la sociedad?
9. ¿Cómo mantendré el balance adecuado para que la información que voy a publicar tenga el peso justo entre lo importante y lo interesante?
10. ¿Qué sentido tiene otorgar un amplio espacio a un escándalo si luego este hecho se disuelve y evapora por su propia irrelevancia y poca significación en la sociedad y en los lectores?
11. ¿Qué es lo que más me importa: ser ético o vender más ejemplares y elevar el rating?
12. ¿Tengo derecho a usar el poder que me concede manejar un espacio periodístico para venganzas personales o políticas?
13. ¿Estoy consciente del grave riesgo que implica publicar una información equivocada, tergiversada o sobredimensionada que puede destruir la reputación de las personas, de los grupos o de las instituciones?
14. ¿Mantengo la suficiente distancia con las fuentes y con el hecho como para que la información que elabore no tenga ninguna carga ni sesgo?
Quedan muchas más preguntas para armar un manual antimorbo. Pero no quiero ser solo yo quien haga propuestas. Es un desafío para todos los periodistas y los lectores de esta columna.