Uno de los problemas que genera el estatismo es que ciudadanos e intelectuales, escritores y lectores, se vuelven “monotemáticos”. Todo el mundo se ocupa casi exclusivamente de la crónica política y sus escándalos.
La prensa, la radio, la televisión, las redes sociales, los chismes de las comadres y los susurros de los compadres, agotan los temarios en las idas y venidas, en las vueltas y revueltas de los caudillos y sus cortesanos, y en torno al discurso de la semana, de lo que se dijo y de lo que se no dijo.
Se agotan también en lo que yo llamo la “teoría de las suposiciones”, esto es, el uso sistemático de la bola de cristal para adivinar cuáles serán los próximos pasos, cuáles los siguientes anuncios, cuáles las prohibiciones que dictarán y los permisos que darán, en fin, cuál será el destino de tirios y troyanos.
Cuando eso ocurre, las sociedades se empobrecen, sus intelectuales se esterilizan –o se acomodan-, los comunicadores se convierten en seres que solo convocan al bostezo, y los hombres de a pie se habitúan a que la vida del país sea solo politiquería y antipatía, obediencia y coro, y, lo que es más grave, que sus destinos estén vinculados al poder, que sus proyectos de vida sean capítulos minúsculos de lo que los políticos disponen.
¿Pueden las personas o las empresas planear su existencia sin contar con el “proyecto”? ¿Puede el hombre común hacer su vida fuera de los cánones impuestos, pensar distinto, escapar del escándalo semanal?
Las sociedades “monotemáticas” son desiertos de reflexión. Casi nadie piensa, pues la sociedad repite en coro lo que dijo el dirigente de turno, ya sea para alabar, o para discrepar, ya sea a gritos, en voz baja o en un susurro.
Es imposible que se invente una agenda distinta de la oficial: académicos y hombres comunes se transforman en cajas de resonancia de un discurso, que es una cárcel. De ese modo, la capacidad de pensar se traslada a los “únicos”. Los demás, caen en la reiteración, la amargura o el aplauso, cuando no en el silencio, la sospecha o el miedo.
La sociedades “monotemáticas” son producto de las revoluciones, los autoritarismos y las democracias totalitarias, y de la mediocridad.
Todo poder “no republicano” tiene la misión de “imponer” un pensamiento, modificar las costumbres, cambiar la cabeza de la gente, eliminar disidencias, generar dogmas: esas creencias indiscutibles ancladas en conceptos intocables como la “nación”, el líder, el proyecto, etc. En las sociedades monotemáticas se abdica de la libertad y de la iniciativa, se pierde la capacidad de juicio autónomo y prospera la propaganda.
¿Somos libres o vivimos a la sombra del Estado? ¿Hay algo más de qué ocuparse, aparte de la “crónica roja política”? ¿Podemos escapar al noticiero y a la propaganda?