El último ensayo publicado por el escritor Leonardo Valencia es una verdadera joya literaria. ‘Moneda al aire’ (Turbina Editorial, 2017) hace una crítica de esa crítica local que suele reducir las obras de ficción publicadas en el país al contexto puramente ecuatoriano, casi parroquial en muchas ocasiones, sin mirar más allá de lo que en realidad expresan las palabras, o, quizá, mirando solo aquello que aparece de forma literal y epidérmica en las páginas llenas de letras, palabras y frases, sin penetrar nunca en las grietas y los múltiples pasadizos que contiene una novela.
Valencia explora además las respuestas a ciertas interrogantes claves a la hora de leer una novela: ¿Cómo se lo debería hacer? ¿Es necesario justificar el disfrute de su lectura?
Parte el autor de una imagen profunda y evocativa: cuando se lanza una moneda al aire se produce un instante de incertidumbre, un segundo en el que sus giros muestran alternativa y fugazmente dos caras, e incluso algo más, el canto con sus ribetes ilusorios que lanzan destellos metálicos, y el ascenso breve de esa forma circular simulada, su brevísima suspensión y la inevitable caída. Ya en la mano o en el suelo solo quedan dos posibilidades, cara o cruz, como se dice de modo coloquial, sin más alternativas, pero en el aire: ¿cuántas perspectivas diferentes tuvimos a nuestro alcance? Eso es lo que sucede cuando empezamos a leer una novela, que se nos abre de pronto un abanico infinito de opciones.
¿Y qué sucede con aquellas novelas de tinte nacional o local? ¿Resultan acaso ejercicios ineficientes o proyectos constreñidos? A lo mejor no, pero su destino quedará seriamente limitado.
El condicionamiento de una novela a nuestras fronteras, ya sea que provenga del propio autor o de la crítica que la encasilla, puede ser un problema que la destruya de forma anticipada o que resulte desventajoso para su supervivencia, pues ha quedado a expensas de otras virtudes que pudieran equilibrarla.
Dice Leonardo Valencia al respecto: “Creo que a un escritor no le interesa el sentido de una construcción nacional. En el momento en que un autor se pone a escribir no está pensando en eso, a menos que haya alguien que explícitamente se lo quiera plantear y eso ya implica serios condicionamientos. Para mi concepción de la novela, esos condicionamientos son altamente peligrosos, como también puede ser el condicionamiento de alguien que quiera hacer una novela comercial”.
Una novela puede leerse desde diversas ópticas, por supuesto, pero lo que la hará trascender en el tiempo será aquello que sus lectores descubran entre sus páginas y sean capaces o estén dispuestos a divulgarlo para beneficio de nuevos lectores. No es por tanto su utilitarismo, aquella concepción añeja que pretendía encontrar en ellas un propósito moralista, de simple aprendizaje o de pura diversión, lo que permitirá formar esa red imprescindible de voces que mantendrán vigente una obra.