El presidente de Francia, François Hollande, inauguró hace unos días un nuevo Departamento de Las Artes del Islam en el Museo del Louvre en París, para exposición permanente de una valiosa colección de arte islámico y, en sus palabras, “como un acto de cultura y de confianza, un gesto político al servicio del respeto y la paz” dirigido a un gran sector de la humanidad con el cual, según algunos, Occidente se encuentra en mortal confrontación, descrita por Samuel Huntington como “el choque de las civilizaciones”.
Es penoso el contraste entre, de un lado, ese gesto y, del otro, el censurable irrespeto al Profeta Mahoma contenido en una película hecha en Estados Unidos y en una serie de caricaturas del Profeta publicadas en una revista en la propia Francia, cuyo malévolo propósito es insultar y provocar. En reacción a estas, en muchas ciudades del mundo se han dado violentas manifestaciones contra los Estados Unidos, Israel, Alemania y Francia, por musulmanes entendiblemente ofendidos, que culpan a naciones enteras, y hasta a todos los herederos de las dos otras tradiciones religiosas monoteístas, la cristiana y la judía, de lo hecho por unos pocos extremistas.
¿Estamos, en efecto, ante un choque entre civilizaciones? Pienso que no. Discrepo con Huntington. Creo más bien que lo que estamos viviendo es una nueva expresión, de las tantas que ha habido, de la tensión fundamental entre, de un lado, extremistas dogmáticos e intolerantes, presentes en el Islam y en el mundo Judeo-Cristiano, y del otro, el espíritu moderado, abierto, amable y constructivo que a través de los siglos ha permitido, en muchas ocasiones, la rica y mutuamente estimulante coexistencia entre estas diversas tradiciones de filosofía y de fe.
Creo, además, que la pugna entre las formas violenta y amable de procesar nuestras diferencias seguirá presente por mucho tiempo: no somos, al parecer, capaces aún (aunque aspiro a que algún día lo seamos) de resolverla de una vez por todas. Lo que me parece que define, más que cualquier otro factor, si en determinado momento y determinada circunstancia predomina la una o la otra –la amable o la violenta- es la voluntad de intervenir asertivamente que manifestemos los moderados de todos los lados.
La realidad contemporánea, en diversos contextos de conflictividad social y política en todo el mundo, demanda una moderación militante que se hace oír, aplaudiendo, estimulando, defendiendo y engrandeciendo al que, no importa la vertiente del pensamiento religioso, ideológico, económico o político de la que provenga, respeta a los demás, rechaza la prepotencia, no busca privilegios, trata las diferencias con amable apertura, apoya aquello con lo que concuerda aunque provenga de otra tienda, busca acuerdos sanos, y acepta, si es el caso, estar en minoría.