La representación repetida de un acto teatral por previsible y reiterado termina por acabar con su “magia”. Así también el discurso político por mas vitriólico y elocuente que parezca si está regido por un patrón igual se vuelve aburrido y previsible. La lucha del poder contra la prensa puede cautivar la atención de la ciudadanía por un tiempo y distraerla de temas centrales, pero cuando se hace gobierno sobre la provocación y persecución con saña, la misma gente termina simpatizando con la perseguida y acosada. El ejercicio del poder es cuestión delicada, sutil y demanda inteligencia permanente y lo peor para un actor es terminar encasillado en el histrionismo constante y reiterado.
La percepción ciudadana sobre los gestos del gobierno deben servir para que su calidad de vida mejore y cuando eso no acontece todo lo que haga un presidente por distraer a la gente se vuelve intensamente repudiable y empequeñece aún más la deteriorada figura de un jefe de estado distraído en cuestiones secundarias. Gobernar haciendo campaña contra la prensa es un mal negocio para todos incluido, el presidente que debe recurrir cada vez mas a gestos exagerados. El guión preparado por los asesores de los mandatarios distractivos y distraedores debe dar paso a algo más elaborado como un plan de gobierno orientado a reducir los índices de pobreza e inequidad que tienen poco que ver con lo que publique o no un medio de prensa. La gestión de un gobierno pasa por cuestiones más trascendentes que la lucha estéril que desatan algunos contra los medios de prensa y los periodistas.
Hemos visto desafortunadamente en los últimos años toda una estrategia diseñada desde el gobierno para acabar con la crítica que resalta los aspectos negativos de los gobiernos e indirectamente permite mejorar su nivel de gestión. Por lo tanto un buen gobierno tiene siempre un gran aliado en la prensa que lo cuestiona ya que su legitimidad se fortalece y su gestión gubernativa mejora. La democracia es un sistema de pesos y contrapesos y en donde el discurso monopólico y la acción de ataque permanente de cualquiera de sus actores mina profundamente el sentido de equilibrio que precisa una sociedad que desea vivir en un ambiente donde quien critica no es un enemigo sino alguien que pretende desde ella darle legitimidad a la acción de gobernar. Se equivocan quienes desean entender una democracia monocorde y exenta de críticas o aquellos que hostigando permanentemente a los medios pretenden lograr vivir en una democradura donde se cuidan las formas o rituales electorales pero que sin embargo se violan de manera permanente los aspectos mas profundos y elementales del juego democrático donde la crítica de la prensa es además de útil: necesaria e imprescindible.